Nací en 1970, el año del mundial. Pertenezco a la gloriosa generación del plástico y los colores estridentes; de la música disco y los gobiernos del estado benefactor, del boom petrolero que luego se convirtió en nacionalización de la banca y terminó como un frankenstein de política neoliberal.
Mi infancia transcurrió en los setentas, cuando el billete de cinco pesos tenía a una gitana que según una leyenda era la amante de no-sé-qué-presidente. El Mustang, el Dodge Dart, el Maverick y el Super Bee eran los autos que rifaban, la industria cinematográfica proyectaba sus creaciones en “Hollywood, La raza y varios más” y las películas de El Santo competían con las de Cantinflas y las de Pedrito Fernández. El helado se compraba en Danesa 33 y las hamburguesas en Burguer Boy: unifante, brontodoble o dinotriple. Iba al cine Continental, que tenía fachada de castillito y pasaba las películas de Disney; adentro me compraban Sugus y Pon Pons y si comprabas un chocolate, era Turín, “rico de principio a fin”.
La televisión blanco y negro que había en mi casa cuando era niña formaba mi mente con las canciones de Cepillín y los chistoretes de El Chavo y El Chapulín Colorado. Cuando tenía como cinco años la Calaca Tilica y Flaca me convenció de dejar de pertenecer al club de los chupadedo. Los domingos veía a las edecanes piernudas de Chabelo catafixiar salas de muebles Troncoso por una olla de tamales. Pacholín y Salchichita me cantaron una canción un día de mi cumpleaños mientras el Tío Gamboín me anotaba en la lista de sus sobrinos, y Topo Gigio me mandaba a las nueve a-la-ca-mi-ta. Sin embargo entre tanta ñoñada, en el canal 8 podías ver “Ahí viene Cascarrabias”, una probadita de las pachecas que vendrían en la universidad.
Desde mi perspectiva de chamaca, Raúl Velasco y Jacobo Zabludovsky se parecían, yo creo que es porque eran los dos únicos que rifaban en Televisa. Sasha Montenegro era una encueratriz y estaba lejos de convertirse en esposa de expresidente; Rigo Tovar cantaba “Mi Matamoros Querido” y estaba lejos de convertirse en un pobre ciego abusado por su familia, y la música de los papás incluía invariablemente a Los Ángeles Negros, a José José y a El Pirulí.
Desde mi perspectiva de chamaca, Raúl Velasco y Jacobo Zabludovsky se parecían, yo creo que es porque eran los dos únicos que rifaban en Televisa. Sasha Montenegro era una encueratriz y estaba lejos de convertirse en esposa de expresidente; Rigo Tovar cantaba “Mi Matamoros Querido” y estaba lejos de convertirse en un pobre ciego abusado por su familia, y la música de los papás incluía invariablemente a Los Ángeles Negros, a José José y a El Pirulí.
La publicidad me metía en los sesos a “Nordiko, el nuevo jabón para el hombre activo”; a la pasta dental Freska ra, porque “llega cuando menos se espera/el momento de estar cerca”; a los tomatitos que estaban muy contentitos porque los iban a hacer puré de tomate Del Fuerte y a los calcetines Donelli, porque “entre el zapato y el pantalón está el detalle de distinción”. Los cigarros eran Raleigh, Viceroy o Commander. Abrí mi primera cuenta de ahorros en Banco Mexicano Somex; la carta a los Reyes Magos se hacía después de visitar la juguetería Ara e invariablemente incluía un juguete Mi Alegría. Una navidad me regalaron el cine-a-la-mano de Plastimarx ("son bonitos, son durables, son juguetes Plastimarx") y otra el obligado reloj Timex de Mickey Mouse cuyos brazos eran unas manecillas, pero la hora exacta se escuchaba en XEQK, misma de Haste, Haste la Hora de México .
Jugué resorte, brinca-brinca, espiro, matatena china, policías y ladrones y cubo rubick. Tuve la Lagrimitas y la Comiditas, ambas de Lilí Ledy, pero las tardes de juego cambiarían pronto al aparecer la Barbie, exótico juguete de lujo traído de allende las fronteras.
Con el paso de los años hubo que entrarle a cada moda… desde los patines de bota como consecuencia de la película Roller Boogie, hasta ver a los papás bailar abajo de la bola cubierta de espejitos por culpa de John Travolta y su traje blanco y su camisa rosa; luego nos tocaría el turno, cuando el mismo sujeto filmó Vaselina. En mi casa, en el colmo de la modernidad, compraron un puff, sillón amorfo símbolo de aliviane en el cual me sentaba para escuchar Radio Capital, “una buena costumbre de la gente joven”. Recuerdo cuando compré mi primer disco con mi dinero mío de mí: 1979, Somebody to love de Queen, un disco de 45 rpm.
Con el paso de los años hubo que entrarle a cada moda… desde los patines de bota como consecuencia de la película Roller Boogie, hasta ver a los papás bailar abajo de la bola cubierta de espejitos por culpa de John Travolta y su traje blanco y su camisa rosa; luego nos tocaría el turno, cuando el mismo sujeto filmó Vaselina. En mi casa, en el colmo de la modernidad, compraron un puff, sillón amorfo símbolo de aliviane en el cual me sentaba para escuchar Radio Capital, “una buena costumbre de la gente joven”. Recuerdo cuando compré mi primer disco con mi dinero mío de mí: 1979, Somebody to love de Queen, un disco de 45 rpm.
Pertenezco orgullosamente a la gloriosa generación de los setentas, los que crecimos en un mundo pop con reminiscencias de flower power y con atisbos de generación del internet. Quienes nacimos en la década de los setentas nos convertimos en personas bien interesantes. No tuvimos que pelear rabiosamente con nuestros padres para usar pantalón de mezclilla o minifalda, pero aún lo pensamos para desnudarnos con cualquiera. Decidimos ejercer nuestro derecho a estudiar una carrera y tener una vida profesional, y al mismo tiempo estamos más conscientes de la responsabilidad de tener hijos y familia. Estamos inmersos en la cultura global, pero revaloramos nuestra herencia mexicana, aunque ésta incluya a Héctor Suárez en Lagunilla Mi Barrio. Los hombres nos abren la puerta y nos ayudan a subir al carro no porque nos hagan menos o por obligación, sino porque nos aprecian; las mujeres aceptamos el detalle a sabiendas de que eso no implica sumisión, y una vez adentro nos estiramos sobre el asiento y les abrimos la puerta a ellos.
Somos globales, pero también somos locales. Podemos viajar sin problemas por el mundo, tal vez vivir en otro país, siempre llevando en las tripas la esquina donde jugábamos bote pateado y la pared donde jugábamos quemados. Nos sabemos las de Coldplay y también las de José Alfredo. Somos la generación económicamente activa del nuevo siglo. Tenemos en nuestras manos el pasado de los padres reprimidos por Gustavo Díaz Ordaz y el futuro de las generaciones que pagarán la deuda del Fobaproa. Quién sabe si dejaremos un México o un mundo mejor, pero me cae que lo estamos intentando.
Somos globales, pero también somos locales. Podemos viajar sin problemas por el mundo, tal vez vivir en otro país, siempre llevando en las tripas la esquina donde jugábamos bote pateado y la pared donde jugábamos quemados. Nos sabemos las de Coldplay y también las de José Alfredo. Somos la generación económicamente activa del nuevo siglo. Tenemos en nuestras manos el pasado de los padres reprimidos por Gustavo Díaz Ordaz y el futuro de las generaciones que pagarán la deuda del Fobaproa. Quién sabe si dejaremos un México o un mundo mejor, pero me cae que lo estamos intentando.
Nací en 1970, exactamente en un día como hoy. Hoy cumplo treinta y siete años.