1. Hace como dos años, cuando estaba pensando en un seudónimo para abrir mi blog, busqué una palabra que sintetizara en lo que me estaba convirtiendo tras mi migración de la Ciudad de México a Los Ángeles. Tendría que ser algo que también reflejara lo que sería mi blog: mensajes de alguien de allá chismeando sobre vivencias de aquí, y mensajes de alguien aquí tirando rollo sobre lo que pasa allá. Tenía que ser una palabra que rompiera con esa idea de que los migrantes no somos ni de aquí ni de allá. Al contrario, buscaba una palabra que dijera que soy de los dos lugares; que siempre seré de allá, pero que también tengo un lugar aquí porque me lo gano a pulso cada día.
De un proceso minucioso, en el que puse un cachito de mi identidad, nació la Chilangelina. Es un nombre largo y tal vez no es muy atractivo, pero es quien me siento cuando escribo en mi blog. Es también quien soy cuando denuncio desde aquí lo que sigue pasando allá, y cuando hago mi lucha acá por el respeto a los derechos de quienes venimos de allá. Mi seudónimo es parte de mí.
2. Un poquito después de que inauguré el recadero, un académico me invitó a participar en una conferencia sobre la relación México-California. En mi ponencia dije que yo me sentía chilangelina. Le gustó la palabra. Le gustó tanto que cuando decidió “organizar” chilangos en Los Ángeles con fines político-grillo-tranzas-de-cochupo cual diputado priísta, lo usó. Se dedicó a dar conferencias de prensa hablando de la celebración de los “chilangelinos”, como un terminajo de moda, comercial. Y lo que me choca es que el tipo ni siquiera es chilango, que no entiende la mística detrás del nombre. No entiende que una cosa es haber nacido en el DeFe y otra ser chilango. Que defeños hay miles, pero que un chilango es el que lleva en la sangre el atole de arroz y la torta de tamal y los tacos de suadero de afuera del metro, y el olor a micro y la lluvia sobre el pavimento del Eje Central, y a los viene viene y a los ambulantes y a la línea dos del metro, y que no reniega de ello, y que lo quiere y lo hace suyo y lo añora. Que ser chilango no depende de dónde naces, ni siquiera de la ciudad donde vives, sino de cómo vives tu ciudad. Y que por eso cuando eres un chilango en Los Ángeles, a los dos días ya estás adaptado; porque después de eso, puedes hacer tuya cualquier Babel, y ésta deveras que se parece en muchas cosas a la de allá.
3. Después del episodio de las conferencias de prensa, el término ha empezado a circular. Ya oí a un tipo hacer una declaración desde Washington diciendo que él es chilangelino; la publicó El Universal. La esposa de Sergio Arau, quien es amiga del académico tal, dijo el otro día en un evento que ella era chilangelina. Y yo tal vez me debería de sentir contenta; finalmente tuve una idea y ahora ésta flota y circula, y uno siempre quiere que eso ocurra con las buenas ideas, ¿no? Pero pues la neta, nel. Siento que algo de mí se robaron; me imagino que planté un arbolito, que ahora alguien lo usa como perchero y que cuelga en él horribles abrigos cargados de plagio.
De un proceso minucioso, en el que puse un cachito de mi identidad, nació la Chilangelina. Es un nombre largo y tal vez no es muy atractivo, pero es quien me siento cuando escribo en mi blog. Es también quien soy cuando denuncio desde aquí lo que sigue pasando allá, y cuando hago mi lucha acá por el respeto a los derechos de quienes venimos de allá. Mi seudónimo es parte de mí.
2. Un poquito después de que inauguré el recadero, un académico me invitó a participar en una conferencia sobre la relación México-California. En mi ponencia dije que yo me sentía chilangelina. Le gustó la palabra. Le gustó tanto que cuando decidió “organizar” chilangos en Los Ángeles con fines político-grillo-tranzas-de-cochupo cual diputado priísta, lo usó. Se dedicó a dar conferencias de prensa hablando de la celebración de los “chilangelinos”, como un terminajo de moda, comercial. Y lo que me choca es que el tipo ni siquiera es chilango, que no entiende la mística detrás del nombre. No entiende que una cosa es haber nacido en el DeFe y otra ser chilango. Que defeños hay miles, pero que un chilango es el que lleva en la sangre el atole de arroz y la torta de tamal y los tacos de suadero de afuera del metro, y el olor a micro y la lluvia sobre el pavimento del Eje Central, y a los viene viene y a los ambulantes y a la línea dos del metro, y que no reniega de ello, y que lo quiere y lo hace suyo y lo añora. Que ser chilango no depende de dónde naces, ni siquiera de la ciudad donde vives, sino de cómo vives tu ciudad. Y que por eso cuando eres un chilango en Los Ángeles, a los dos días ya estás adaptado; porque después de eso, puedes hacer tuya cualquier Babel, y ésta deveras que se parece en muchas cosas a la de allá.
3. Después del episodio de las conferencias de prensa, el término ha empezado a circular. Ya oí a un tipo hacer una declaración desde Washington diciendo que él es chilangelino; la publicó El Universal. La esposa de Sergio Arau, quien es amiga del académico tal, dijo el otro día en un evento que ella era chilangelina. Y yo tal vez me debería de sentir contenta; finalmente tuve una idea y ahora ésta flota y circula, y uno siempre quiere que eso ocurra con las buenas ideas, ¿no? Pero pues la neta, nel. Siento que algo de mí se robaron; me imagino que planté un arbolito, que ahora alguien lo usa como perchero y que cuelga en él horribles abrigos cargados de plagio.