lunes, abril 05, 2004

Recado con ñ de español

Mexicano Power

Como es sabido, Los Ángeles, y en general California, están llenos de mexicanos, pero también de otros grupos: salvadoreños, que numéricamente son la segunda comunidad latina; armenios, chinos por supuesto, filipinos, coreanos por todos lados, japoneses, hondureños, guatemaltecos, entre otros. La zona a la que llegamos relativamente no cuenta con una altísima población latina, al menos no como en el sur-centro y en el este; hemos encontrado, por ejemplo, más orientales o armenios que latinos.
Aunque en todos los supermercados de la ciudad siempre hay una sección de comida mexicana –con esto no me refiero a chiles y tortillas; me refiero a alimentos producidos y/o envasados en México: Pan Bimbo, orejitas Tía Rosa, galletas Marías o de animalitos de Gamesa, Jarritos, Sangria Señorial, sopa de pasta La Moderna, leche condensada La Lechera, Cal-C-Tose, verduras enlatadas Herdez, puré de tomate Del Fuerte, por mencionar solo algunos-, en los "supers" de por aquí siempre hay una amplia sección de comida armenia, una gran cantidad de productos kosher (una gran población judía vive en la zona noroeste de la ciudad, entre West Hollywood y Santa Mónica), insumos para preparar comida árabe, china y japonesa y publicaciones originarias de los países de estos grupos. Pero ninguna revista en español.

Es un hecho que la discriminación racial negro-blanco ha disminuido notablemente. Es políticamente incorrectísimo, casi obsceno, referirse a alguien como "negro", aunque lo sea (es decir, aunque sea de raza negra). En cualquier circunstancia el adjetivo es "african-american"; lo extraño es que no les podemos decir "black", pero ellos sí pueden decir "white" y no "european-american" o algo así, y a los latinos se refieren como "brown". Sin embargo, la identidad de los grupos rebasa a la etiqueta política y se fortalece al interior como un mecanismo de supervivencia en esta caótica Babel. Hemos encontrado ghettos de cada país que en su pequeño micromundo reproducen, a veces de manera retorcida, los referentes que les dan identidad y los transmiten a las nuevas generaciones que realmente no saben muy bien quiénes son, pero que lo son con todo orgullo.

Fuimos a una marcha en San Fernando en memoria del nacimiento de César Chávez, el luchador social que peleó por los derechos de los campesinos en California. Mucha de la gente que estaba ahí lo conoció, pero la mayoría eran jóvenes que en la época de Chávez no habían nacido. Sin embargo, la idea general durante la marcha se basó en un planteamiento de Chávez, que dice que el triunfo de los mexicanos en Estados Unidos radica en que, aunque tengan un gran éxito económico, nunca olviden sus raíces ni su cultura. Entonces la marcha fue todo un evento. Al frente, un numerosisímo grupo de danzantes prehispánicos, con enormes penachos, tambores y caracoles de viento. Atrás, niños, jóvenes, mujeres, porristas, la banda de música de la secundaria local; mas atrás, un tractor, y al final, un grupo de charros a caballo, tres de ellos al frente con tres banderas: la de México, la de Estados Unidos y la del estado de California. A lo largo de la avenida principal de San Fernando, sobre las banquetas, grupos de mariachis alineados cantaban mientras pasaba la marcha. E imagínense esta escena: la marcha pasando bajo un freeway, frente a un McDonald’s; los gringos, detenidos en sus autos, mirando entre atónitos y atemorizados el numerito; y justo al pasar bajo el freeway, en el "tunel" que se forma, todos los caracoles sonando como canto de guerra. Híjole, yo sé que la imagen puede ser común en la ruta que va de la Alameda al Zócalo, pero estando aquí, sí se pone la piel chinita. A ver, esos güeros, anímense a echarse un tirito….

En realidad lo que vimos en esa ocasión y en muchas otras que no reseño para no extenderme, es una intensa necesidad no sólo del mexicano, sino del latino en general, de aferrarse a algo, lo que sea, que le diga que él ES, y que es con fuerza en relación con los otros grupos. Necesita sentir no sólo que pertenece a aquí, sino que este aquí le pertenece. Hay una frase de Los Tigres del Norte muy popular aquí: "Yo no cruce la frontera, la frontera me cruzo a mí". Y los mexicanos se lo creen; no sienten que están conquistando espacios, sienten que los están recuperando. Como quiera que esto sea, lo están haciendo no sólo por su importancia numérica, sino por su peso en la economía y en la sociedad californianas. No me refiero a quienes vienen de mojados a trabajar al campo. Me refiero a que cuando uno anda por la ciudad, los negocios y los comercios son propiedad de los coreanos, los chinos o los judíos, pero los empleados son mexicanos, guatemaltecos o salvadoreños, muchos de ellos legales e incluso de segunda generación. La comida de los mejores restaurantes, italianos, tailandeses, franceses, esta siendo cocinada por mexicanos. En una entrevista, el alcalde de San Fernando nos dijo: "Mientras la economía norteamericana siga creciendo, seguirá siendo necesaria la migración de mexicanos; la economía así lo requiere". Sé que tal vez no estoy diciendo nada nuevo, pero en estas pocas semanas, y sinceramente, romanticismo aparte, hemos descubierto de primera mano que el mexicano, solidario y chambeador, es uno de los grupos que han logrado una mayor cohesión interna como medida de resistencia y que al mismo tiempo siguen siendo sensibles para aceptar e incorporar lo que la sociedad americana les requiere; tanto, que ahora se han vuelto indispensables. Y eso tiene un gran valor.

Y para finalizar esta cursi y nacionalista exposición, ahí les va una anécdota. El otro día fuimos a comer a un Taco Bell. Mientras comíamos, un chavo güerito mugrosón entró con una mochilita en la espalda y se paro a ver el menú. Después se paró cerca de la entrada, sacó dinero de una bolsa y lo contó. Se formó en la fila y yo me forme atrás de él para pedir un refresco. Cuando llegó a la caja le pidió a la empleada (en inglés) dos tacos, que costaban 99 centavos cada uno. Con muchisisísima pena le dijo a la empleada que le faltaban unos centavos, que si podría de cualquier manera ordenar sus dos tacos, agregó en voz baja "porque tengo mucha hambre", y contó el dinero frente a nuestros ojos sobre el mostrador. Efectivamente le faltaban unos centavos. La empleada tomó el dinero, lo volvió a contar y le dijo: "No, usted contó mal; no le falta nada". Al tipo se le iluminó el rostro y sin complejo alguno paso a recoger la charola con su orden, en la que había tres tacos. Ambas empleadas, la cajera y la de la barra, eran mexicanas.
Esos somos nosotros.

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Con ñ de español

"Cuando lleguemos a Los Ángeles, lo primero que tenemos que hacer es hablar sólo en ingles; evitar hablar en español para perfeccionar el inglés". La frasecita la dijimos como diez veces antes de venirnos sin saber que cuando llegáramos iba a cambiar el panorama.

Hace unos días Irene Tovar, presidenta de Latin American Civic Association, hija de mexicanos que nació y creció en el valle de San Fernando, me contaba que cuando ella iba a la escuela a los niños los castigaban por hablar español. La maestra los pasaba al frente del grupo y –en inglés, por supuesto- les preguntaba: "A ver fulanito: ¿sabes por qué te voy a castigar?" y los niños tenían que contestar: "Por hablar español". Y entonces tenían que estirar las manos con las palmas hacia arriba y les daban reglazos. Y si llevaban una torta o un taco para la hora del lunch, se lo tenían que comer a escondidas, para evitar la burla de los compañeros. Y no estamos hablando de hace siglos; esta mujer tiene, cuando mucho, cincuenta años. Hoy lidera una organización que pugna por los derechos de los niños latinos en las escuelas públicas; por la educación bilingüe de calidad y por el respeto a los derechos de los niños de cualquier raza o posición económica.

En este sentido, las madres mexicanas que tienen hijos pequeños nacidos aquí, se encuentran en un conflicto. Las escuelas en el estado de California ofrecen educación bilingüe; es decir, si tu hijo sólo habla inglés, va a un grupo con clases en inglés; si tu hijo sólo habla español, va a un grupo con clases en español. El problema es que la calidad de la cátedra es mas baja en los grupos con clases en español que en los grupos con clases en inglés. Tenemos una amiga cuyo hijo está en esa situación. Ella quiere que el niño hable en español, pero lo inscribió en el grupo de clases en inglés para que no baje su nivel académico, pensando que al fin y al cabo el español lo aprenderá en casa, pero esto no está funcionándole. El niño cubre su necesidad de socializar fuera de clases con el inglés que ha aprendido en la escuela, y no "necesita" el español para vivir aquí. Si nuestra amiga lo hubiera inscrito en el grupo en el que se enseña en español, el niño hubiera aprendido bien estse idioma y, al salir de clases, tendría que hablar en inglés con el resto del mundo; el inglés se le volvería una necesidad y de esta manera dominaría los dos idiomas. Pero su nivel académico bajaría. Varias mamás están haciendo lo mismo, muy a su pesar. El resultado es que los niños de segunda generación están hablando muy buen inglés y un muy mal español.

¿A qué viene todo esto? Bueno, cuando llegamos empezamos a hablarles a los niños como el hijo de nuestra amiga en inglés. Hoy nos damos cuenta de que una de las cosas más valiosas que podemos aportar a esta comunidad, es un buen español. No tenemos vicios de habla ni modismos "pochos"; tenemos un vocabulario amplio, no tenemos acento chicano, tenemos buena dicción y solemos leer en español, lo cual incrementa nuestras posibilidades de mantener un buen nivel del idioma. En la medida en que conservemos esto podremos contribuir un poquito a preservar la valiosa lengua materna de estas generaciones. Al menos de quienes están cerca. Y nos aterra que un día acabemos diciendo: "Pásame la soda que esta junto a la printer encima del counter". Parece que no, pero si nos dejamos, podría suceder. Así que no; no hablamos en inglés más que lo necesario; nos hemos inscrito a cursos de conversación por las tardes en una escuela que esta a dos cuadras, para optimizar el manejo del idioma y para aumentar el vocabulario, pero en nuestra convivencia cotidiana el español, con eñes, es lo mejor que nos puede pasar.