martes, septiembre 06, 2005

Recado de La Catrina


En español así es como le diríamos; la "K" solo aplica cuando se está hablando en gringo. Pero el caso es que el huracán Katrina, el nombre más sonado por acá en los últimos días, inevitablemente me remitió al famosísimo grabado de José Guadalupe Posada, del mismo nombre, pero con "C": una calaca mexicana con un sombrero afrancesado.

La Catrina con "K" llegó al afrancesado Nueva Orleans, así, toda muerte. No sé cuánto se sepa fuera de Estados Unidos, ni desde cuándo. En México, estamos acostumbrados a oír los nombres de huracanes fuertes, dos o tres veces al año, en nuestro propio territorio o cerquita, en el Caribe. Las imágenes de pueblos inundados nos son comunes, la gente llorando por lo perdido, pidiendo ayuda. Así que, aunque he visto que han puesto alguna atención los noticieros, sobre todo los de radio, y algunas columnas en periódicos criticando a Bush, pues decidí escribir un poquito para echarle más leña al fuego; tal vez con la esperanza de que alguien con estas líneas encontrará una perspectiva más cercana de un problema que, seguramente, desde allá se debe ver muy lejos.

Esta tragedia, la del huracán Katrina, específicamente en Nueva Orleans, es igual y diferente. Es igual porque los afectados son los pobres, que en este país significa los negros. Sí, aunque algunos no lo sepan o no lo crean –incluido el presidente Fox, que diplomáticamente dice que los mexicanos hacen trabajos que "ni los negros quieren", como si económicamente los negros estuvieran un escalón más arriba que los mexicanos- en Estados Unidos la población más pobre no son los latinos, sino los negros. Eso significa que también son los que tienen menor grado de educación, que son los que padecen mayor violencia intrafamiliar, que son los que más ocupan las prisiones y son los que más mueren asesinados. Y en Nueva Orleans, dos terceras partes de la población era negra y 40% de los niños eran pobres.

Decía, pues, que en eso la tragedia es igual. Los ricos o la clase media alcanzaron a salir. Básicamente la ventaja fue que tenían un auto para dejar la ciudad y dinero para pagarse un alojamiento en un lugar cercano o no tanto. Los que se quedaron son los que no tenían ni lo uno ni lo otro, los enfermos y los viejos. Todos ellos son las víctimas.

La ciudad que ya no existe más

Pero esta tragedia es también muy diferente. La primera razón, y la que hace que sea de una magnitud muy superior a muchas otras, son las características geográficas de la zona. Porque cuando vemos las imágenes de los huracanes terribles en El Salvador, en Honduras, en las islas del Caribe, en México, sabemos que una vez que baje el agua se inicia la reconstrucción, los sobrevivientes regresan, la ayuda empieza a llegar. Pero en Nueva Orleans no va a bajar el agua pronto. La gente que vivía ahí perdió su casa, pero también su escuela, su fuente de trabajo. Esa gente no tiene una ciudad a donde regresar.

La razón, para quienes aún no la saben, es la siguiente: Nueva Orleans (N.O.) es una ciudad construida sobre un terreno bajo el nivel del mar. Contra lo que se pudiera pensar, no se encuentra en la costa, sino muchas millas tierra adentro, entre un lago y el río Mississippi. Tras su fundación y la de otras ciudades, y como ha ocurrido con nuestros grandes ríos en todo el mundo, el cauce del río Mississippi tuvo que ser modificado para cubrir las necesidades de agua de esos nuevos asentamientos, provocando la erosión de la barrera natural que protegía a esta zona de la ciudad. Los pantanos que rodeaban a N.O. se fueron secando y pavimentando, eliminándose así una salida natural de agua, un sistema de drenaje natural. Para proteger entonces a la ciudad de las inundaciones, se construyeron tres grandes diques que impedían la entrada del agua proveniente del lago en tiempo de lluvias o de tormentas.

Desde hace años, científicos del país alertaron sobre el proceso acelerado de erosión en el litoral, como en muchos otros incluidos los mexicanos, pero también ingenieros de la zona advirtieron sobre fisuras y debilitamiento en los tres diques. Se hicieron estudios y se demostró la necesidad de reforzar estas estructuras para proteger a la ciudad de una posible inundación proveniente del lago Pontchartrain, a un costado de la ciudad. El congreso federal aprobó un presupuesto para este fin, y la obra se inició. En 2002, tras la invasión a Irak, el gobierno de Bush decidió recortar este monto. En 2004, el monto requerido por las instancias a cargo de los trabajos de reforzamiento era de 11 millones; Bush, en su proyecto de presupuesto enviado al Congreso, pidió sólo tres, y el Congreso aprobó cinco. Al siguiente año, el presupuesto solicitado fue de 22 millones, por la urgencia de la obra; Bush pidió cuatro, y se aprobaron 5.7 millones. Los trabajos de mantenimiento mayor en el sistema de diques se detuvieron, por primera vez en 37 años, en 2004. Con la fuerza de Katrina y la cantidad de agua que entró al lugar, el lago terminó por romper los diques y la ciudad quedó completamente sumergida. Para ilustrar la magnitud de la inundación, en un momento en el hospital general Charity los sobrevivientes tuvieron que subir al séptimo piso para salvar la vida; todo lo demás estaba inundado.

Alguien explicó la situación con una metáfora, diciendo que N.O. era como un plato hondo flotando sobre una bañera llena de agua; si le empieza a entrar agua por un lado, el plato irremediablemente se llena y no hay manera de impedirlo. Como lo dije antes, N.O. está bajo el nivel del mar: el agua empezó a entrar, y sólo se detuvo cuando la inundación llegó al nivel del mar. Y si está al mismo nivel del mar, ¿cómo va a "bajar" el agua? Ese es el problema, eso es lo que hace a esta tragedia diferente, y eso es lo que la hace inmensa: el agua NO va a bajar sola. Las imágenes que hoy vemos van a seguir durante días, tal vez semanas. Las primeras estimaciones aseguran que, utilizando un sofisticado sistema de bombeo, la ciudad –lo que era la ciudad- podría "secarse" totalmente en unos tres meses.

Al menos medio millón de desplazados no tienen una ciudad a dónde regresar. Eso significa que no tienen empleo, que no tienen casa, que no tienen NADA. Que su vida se quedó bajo el agua. Eso significa que habrá una migración forzada a ciudades cercanas, o lejanas pero grandes, en donde esté un familiar, un amigo, que dé albergue temporal en lo que se ve qué se hace para volver a empezar. Eso significa que en estas ciudades, por lógica, hay riesgo de que crezcan los desamparados deambulando por las calles, y la posibilidad de que se dispare delincuencia por hambre. No es como en otras tragedias, en las que un albergue temporal te protege mientras regresas, aunque sea a llorar sobre un pedazo de tierra con escombros; aquí no hay regreso porque ya no hay tierra. Y los muertos, ahí se quedaron, flotando. No sé si alguien pueda siquiera imaginar la magnitud de esta pérdida; yo no.

Crónica del encuentro con un imbécil

El lunes 29 de agosto el presidente Bush debe haber abierto los ojos en su cama del rancho de Crawford y, tal vez después de un esfuerzo grande, pensó: "Mmmmm. Llevo cinco semanas de vacaciones y siento como si fuera una. Qué injusto trabajar hoy, que es lunes, qué flojera. Pero bueno, lo interesante es que hoy voy a volar a California, en donde todo es sol y felicidad. Claro, tengo que decirle al chofer que pase rapidito enfrente de la señora esa que está protestando por su hijo muerto en Irak aquí en la entrada, y luego, cuando llegue a California, que aumente la velocidad cuando estemos frente al mitin de manifestantes contra la guerra. A ver, voy a revisar mi agenda: tengo que estar a las dos en un asilo de ancianos ricos para hablar de la nueva ley de protección a la salud, que va a beneficiar a los pobres. Luego voy a ir a San Diego, al Campo Pendleton, con los valientes Marines. Ahí, en la noche, tengo una cena elegante con los pocos californianos ricos –los únicos que valen la pena- que contribuyeron a mi campaña electoral. ¿Dónde está mi perro?".

Más o menos eso pensaba el señor presidente del país más poderoso del mundo mientras se quitaba la pijama. A 350 millas de distancia, Katrina inundaba el plato de sopa que es N.O. Y a muchas millas más, yo manejaba por la autopista 134 para ir a Rancho Cucamonga, el lugar de la cita de Bush con los ancianos ricos que básicamente se dedicaron, como dice una amiga venezolana con burdo sentido del humor, "a besarle las bolas".

Bush llegó media hora tarde con su esposa, pobre mujer. Se veía muy bronceado y muy sonriente. Muy sonriente mientras los habitantes de N.O. morían ahogados. Muy sonriente mientras miles trepaban al techo de sus casas, sin nada más que lo puesto, con sus hijos a cuestas; techos que quedaron, milagrosamente, al ras del agua. Bush contó algunos chistes que los viejos momificados del lugar le celebraron ruidosamente. Habló durante 40 minutos, de los cuales:
-25 minutos habló sobre los beneficios del nuevo sistema de salud que provee medicamento preventivo gratuito a sus beneficiarios (buen sistema, por cierto, aunque mal explicado por Mr. President). Claro, ninguno de los que estaba ahí era beneficiario, porque todos van a hospitales privados. Nunca entendí la razón del evento tal en ese lugar.
-Dos ancianas le platicaron sobre sus nietos
-Unos 7 minutos fueron utilizados para hacer chistes
-Tres minutos fueron utilizados para hablar sobre lo maravillosa que va a ser la nueva Constitución de Irak (si alguien ha revisado el texto, es una de las constituciones más contradictorias y por lo tanto inservibles que se han escrito; lo comentaré en otra ocasión).
-Dos minutos fueron utilizados para hablar de que la frontera de California está protegida de un ataque terrorista (pues claro, porque por ahí entran nuestros paisanos que vienen a trabajar, no los talibanes).
-Treinta segundos fueron utilizados para decir que tenía información de que Katrina ya había salido de la zona afectada y que "everything is gonna be just fine".

Al terminar el numerito, Bush se tomó fotos y firmó autógrafos. Estaba bronceadito y sonriente. La marea de gente me arrastró, y quedé como a dos metros de él. Lo primero que me llamó la atención fueron sus enormes orejas quemadas por el sol; luego sus ojos chiquitos, su cara roja de niño tonto, igualita a la que le pintan los caricaturistas del LA Times. Empecé a pensar que lo tenía demasiado cerca. Empecé a pensar en cuántas veces lo he insultado desde la pantalla de TV de mi casa. Me acordé de la primera vez que lo vi en persona, hace cuatro meses, junto a Fox, y en cómo esa vez me dio tanta rabia ver al presidente mexicano tan agachado y disminuido, y al bufón éste sonriendo burlón. Me acordé de la mujer que hizo guardia más de un mes afuera de su rancho para preguntarle por qué murió su hijo en Irak, y a la que nunca recibió. Lo menos que pude pensar fue: ¿qué tal un sillazo en la "jeta"? Digo, no pensé "qué tal un balazo", la verdad es que no voy a gastar mi dotación de pecados mortales en ese fulano, y además yo ni pistola tengo; pero sí un buen sillazo bien acomodado en la "jeta". Después vi a los gorilas que trae de guardaespaldas. Pensé que deben ser expertos leyendo la mente. Pensé que si leían la mía, estaba en problemas. Pensé que qué forma tan gacha de ser famosa, sin siquiera haberlo intentado. Para cuando terminé de pensar, el tipo ya se había largado.

Apocalipsis

Regresé a la redacción de mi periódico y me encontré con las imágenes de la televisión: el agua cubría las casas, miles y miles personas se habían refugiado en el estadio Superdome, no dejaba de llover. Horas antes, larguísimas filas de autos habían soportado pacientemente en la autopista 10, que empieza en Los Ángeles y llega hasta Florida, para salir de la ciudad. En ese momento la 10, una de las arterias del país, ya estaba inundada. Nadie podía entrar ni salir.

Yo vi las imágenes, tal vez ustedes también. Yo oí desde un viernes antes la alerta del huracán, para ese entonces ya categoría 3. Yo sabía que la alerta estaba dada, que esa gente iba a necesitar ayuda para salir de la ciudad; que los que no salieran iban a necesitar apoyo inmediato. Yo, tal vez ustedes, y millones de personas más en el mundo, que vivimos medianamente informados, que somos sensibles al peligro y al dolor, que nos preocupamos por los demás seres humanos. Pero el presidente Bush no.

Desde el martes, reporteros de todas las cadenas de televisión transmitían imágenes apocalípticas. El agua subió en promedio 20 pies, unos seis metros; el 80% de la ciudad estaba –y sigue- inundada. La noche del lunes se cayó la mitad del techo del Superdome. La gente que se refugió ahí dentro descubrió que el gobierno federal no preparó el lugar para que sirviera de refugio durante varios días, así que no había nada que comer, no había agua, no había baños, no había nada. La lluvia arrastró cadáveres, que aparecían por las calles –que aún hoy, una semana después, siguen en las calles. El centro de convenciones alojó a 20 mil personas en las mismas condiciones. Las tomas aéreas mostraban a familias, a niños, agitando las manos, improvisando señales que decían "Help". Los repoteros, indignados, se preguntaban por qué no llegaba la ayuda. Un reportero de CNN, cadena que ha sido leal a Bush durante la guerra en Irak, lloraba de impotencia.

El hospital general se inundó. La morgue se encontraba en el primer piso, pero el agua llegó hasta el sexto; los cadáveres viejos se mezclaban con los nuevos, flotando en el agua. Los pocos almacenes y supermercados que quedaron en un área seca fueron saqueados. La comida, pero también las armas. Quienes tenían un pedazo de pan, tenían que defenderlo. Llegó el miércoles entre tiroteos, cadáveres a media calle y violencia entre los refugiados en el estadio: una bebita, dice el LA Times, dormía en un charco de orines.

Para ese día ya habían ocurrido al interior del Superdome –que regularmente alberga a 25 mil personas, aunque se estima que por ahí pasaron cerca de 100 mil; hambrientas, sedientas, furiosas, preguntándose dónde estaba la ayuda de SU gobierno, el gobierno más poderoso del mundo- 2 violaciones y un suicidio. Dos policías se suicidaron también.

Ese día, el presidente Bush decidió aparecer. Se subió a su avión con su perro en brazos (este dato es cierto) y decidió que N.O. estaba más o menos cerca de Washington, así que, ¿por qué no ir a dar una vuelta para ver cómo se ve el agua desde arriba? La televisión y los diarios circularon la foto de un presidente solidarizándose con su pueblo a cinco mil pies de altura, con su perro en brazos. No hay un solo medio en este país que no haya estallado contra él y su gabinete. Incluso, como ya lo dije, la cadena CNN y Fox, las dos incondicionales del gobierno actual. Pero el presidente Bush seguramente ha seguido el consejo de su amigo Vicente Fox, y no lee los periódicos para poder seguir siendo feliz, así que seguía sin enterarse.

El jueves alguien le debe haber dicho que se ve mal que un presidente no se tome una foto en el agua cuando un territorio más grande que la Gran Bretaña está inundado en su propio país. La idea de lucir su bronceado en una foto le debe haber gustado, porque finalmente ese día, el presidente decidió ir a donde estaban las personas que llevaban cinco días sin comer. Tal vez fue lo del bronceado, o tal vez la entrevista de radio, que después se transmitió en cadena nacional, con el alcalde de N.O., Ray Nagin, quien dijo: "Somebody needs to get their ass on a plane and sit down, the two of them, and figure this out right now", refiriéndose a ya sabemos quien. Los medios le dieron la razón, y Bush, quien ensayó durante el vuelo su cara de pesar, llegó a Louisiana.

Demasiado tarde para el presidente. El NY Times, el periódico más influyente del país, ya había publicado un editorial titulado "Waiting for a Leader", cuestionando duramente la falta de actuación del gobierno y recordando que la administración Bush no ha querido reconocer su responsabilidad en el calentamiento global. Soledad O’Brien, de CNN, se escandalizó a cuadro cuando el director de la Agencia Federal de Emergencias reconoció que "apenas el miércoles se habían dado cuenta de que había gente en el centro de convenciones". Para ese día, jueves, la mayor parte de los periódicos usaban la palabra "vergüenza" en sus editoriales. Ese día, tras la llegada de Bush, llegaron los camiones con comida, con agua, y los autobuses para evacuar a la gente. Cinco días tarde.

Factura por pagar

Hoy, una semana después, la cifra estimada de muertos es de 10 mil. Miles empiezan a buscar un lugar donde empezar de nuevo; otros insisten en permanecer en su ciudad, en la que ya no hay nada.

Aaron Broussard, presidente de una ciudad de la zona que se llama Jefferson Parish, narró a un noticiario cómo el martes llegaron camiones de Wal-Mart con agua potable y las guardias nacionales no los dejaron entrar, porque ya venía la ayuda federal (la que llegó el jueves). El hombre rompió en llanto frente a las cámaras al platicar una anécdota: a su director de seguridad el gobierno federal le dijo que la ayuda iba en camino y que llegaría ese día, el martes. Ese día la madre del hombre, quien vivía en un asilo en una población cercana, le llamó y le dijo "hijo, ven por mí". El hombre, creyendo en el gobierno federal, le aseguró que la ayuda iba en camino. Al día siguiente la mujer volvió a llamar y ocurrió lo mismo, y el jueves, y el viernes por la mañana. El hombre no podía hacer nada más que esperar a que aquellos que le prometían ayuda llegaran a dársela a su pueblo, a los pueblos vecinos y a su propia madre. La mujer murió ahogada el vienes por la tarde.

El secretario de seguridad, Michael Chertoff, y muchos otros funcionarios del gabinete Bush, son vapuleados por una sociedad que tal vez no quiere ver lo que ocurre en Irak, en Afganistán, en Palestina, pero que no perdona lo que esta semana se vio en su propio país. La comunidad negra en Estados Unidos está furiosa. Los más conservadores están, por lo menos, incrédulos.

Y yo, pues yo estoy agridulce. Agria por lo que pasó, pero también por lo que viene. Mucha de esta gente va a llegar a Los Ángeles, y creo que hay aún muchas historias tristes por venir. Pero dulce porque para quienes sufrimos la derrota demócrata de noviembre pasado, aparece una esperanza de que este pueblo se levante y le demande a Bush que pague por lo que no hizo. Es el presidente y no hizo nada. Dejó morir a la gente, tal vez porque no era SU gente –no faltó quien recordara que tras el último huracán que azotó a Florida, en donde están los principales apoyos económicos para la familia Bush, el presidente reaccionó el mismo día. Hillary Clinton, quien es senadora, ya ha pedido que se abra una investigación federal para castigar la negligencia de los culpables. Otra senadora simplemente dijo que deseaba darle un puñetazo en la cara al señor presidente (¿recuerdan mi sillazo en la "jeta"?).

Alguien dijo que la naturaleza pasa su factura, que EU no firmó el protocolo de Kyoto y que ahora le tocó pagar. Yo no quiero creer eso, porque ninguno de esos niños negros y pobres tienen la culpa de que este hombre esté al mando –de hecho ni sus padres, Louisiana, como los otros 3 estados mayoritariamente negros, es un estado predominantemente demócrata.

Ojalá este pueblo, por una vez, tenga memoria histórica. Ojalá reaccione, no perdone, se empiece a volver sensible empezando por casa, para después voltear a ver con esa sensibilidad al resto del mundo. Ojalá se den cuenta de que la naturaleza no se puede parar, pero la imbecilidad sí. Nunca sobra una voz, si ésta se usa para denunciar lo imperdonable, y lo que hizo este gobierno, una vez más, lo es. El "líder" que quiere salvar al mundo le volteó la espalda a su propia gente. Esa es una factura más que algún día tendrá que pagar.