martes, mayo 29, 2007

Recado desde la Roma militar

Marcha Migrante, día 8: Roma, Texas

Víctor y Ruth son ciudadanos estadounidenses. Durante la Marcha Migrante, ambos viajaban en el mismo carro como parte de la caravana que recorrió toda la frontera entre México y Estados Unidos, desde San Diego hasta Brownsville y pa’trás. Al llegar a un retén de la Patrulla Fronteriza, el agente les preguntó a ambos si eran ciudadanos americanos, y los dos contestaron que sí. A Víctor, quien es de origen mexicano, le pidieron un documento que lo comprobara. Víctor entregó su licencia de manejar; el agente la deslizó por una computadora y le preguntó el apellido de soltera de su mamá, una de las preguntas de confirmación de identidad que se usan en Estados Unidos.
A Ruth, de origen anglosajón, no le pidieron nada.
“Es tan ofensivo, tan doloroso, tan anticonstitucional”, me dijo Ruth unos días más tarde, mientras estábamos en el hermoso pueblo de Roma, Texas, en la frontera con Nuevo León. “Me dio mucha pena ver el trato que le dieron a Víctor sólo porque ‘parece’ mexicano. Los dos hemos vivido el mismo tiempo en este lugar. Me sentí muy avergonzada de mi país”.


Ruth, Enrique y Paul caminan por las calles de Roma frente a agentes de la Patrulla Fronteriza
Un par de días después de que Ruth me dijo eso, la Marcha Migrante estuvo en una conferencia que dio Randy Hill, director de la Patrulla Fronteriza en el sector Del Río, Texas. Según Hill, los agentes de esta organización no se basan en ningún tipo de perfil para realizar las detenciones y se encuentran entrenados para no violar los derechos de las personas cuando hacen una revisión. “That’s bull shit”, le soltó ese día Ruth a los que estaban en la conferencia. “Están siendo racistas durante las inspecciones, que no deberían de existir en primer lugar. No entiendo por qué tengo que ser constantemente revisada en mi país”.


El agente Ramos, integrante del cuerpo de élite Borstar de la Patrulla Fronteriza
Esta mezcla de indignación y sorpresa fue una constante para todos los que íbamos en la caravana desde que salimos de California y entramos a Arizona. Durante los últimos meses se ha hablado mucho de la militarización de la frontera, incluso en México se ha puesto el grito en el cielo, pero no te cae el veinte hasta que lo sientes de primera mano. Eso le pasó a la banda de la caravana.
La noche del jueves 8 de febrero el grupo pasó la noche en el poblado de Mission, un punto a orillas del Río Grande en la frontera entre Texas y Tamaulipas. En un parquecito el grupo durmió al aire libre, en casas de campaña –nosotros no estuvimos ahí porque nos adelantamos al siguiente punto para hacer unas entrevistas con activistas de una organización. El caso es que por la noche varias personas escucharon pasos junto al lugar donde acampaban y con sorpresa descubrieron a agentes de la Patrulla Fronteriza. “De noche, todos vestidos de negro, junto a donde estábamos nosotros, con su uniforme de combate en un parque público”, me dijo Francisco.
Si algo nos quedó claro durante nuestro paso por Arizona y Texas es que, mientras se debaten cuáles son las medidas que se deben tomar en la frontera, y el Congreso americano define si se asigna presupuesto o no para un muro, y el gobierno de México piensa si debe o no indignarse, la militarización de la frontera es una realidad con la que los que viven ahí tienen que lidiar cada día.
Lo vivimos cada día de los que pasamos por ahí. En Arizona, cuando a medianoche la Patrulla Fronteriza detiene a cada auto en los retenes que hay cada 30 millas para revisar cada parte del carro; a nosotros nos revisaron hasta una hielera, y ojo, no fue cruzando la frontera, fue sólo yendo sobre la carretera. O cuando por la autopista 10, de día y en plena hora pico, nos tocó ver de frente unos tráilers enormes llevando helicópteros militares hacia la frontera. O como en la franja fronteriza entre Columbus, Nuevo México, y Palomas, Chihuahua, donde además de los retenes que ya son habituales, se ven entre las montañas los vehículos verde militar que son parte de los 6 mil elementos de la Guardia Nacional desplegados en la frontera a partir del 2006 (aunque recientemente retiraron a algunos para mandarlos a Irak. No’mbre, si el gringo loco se las gasta…).
O como en plena carretera local en Texas, que a lo lejos se ve un globo enorme, y resulta ser un zeppelin teledirigido con cámaras en su interior. O cada vez que entras a un restaurancito, a una gasolinera, a una tiendita de recuerdos, y te topas con los militares sentados en la mesa junto a ti, en el hotel donde te hospedas, saliendo del baño…
Si para nosotros, que afortunadamente vivimos en este país con una situación migratoria regular, es intimidante, no me imagino la enorme, enorme presión que esto representa para nuestros paisanos indocumentados viviendo en esa zona del país.


Una de las anécdotas más comentadas en la Marcha Migrante fue la que tuvo lugar en el apacible pueblito de Roma. Al hacer una escala en un mirador desde donde se aprecia la belleza del Río Grande, en medio de calles por donde la gente camina como en cualquier pueblo, la caravana se topó de frente con un grupo de vehículos: los verde con blanco, de la Patrulla Fronteriza; los verde militar, de la Guardia Nacional. Entre estos últimos iba incluido un pequeño camión con una caseta montada en una grúa. Y en la caseta, apuntando hacia la frontera, una cámara de vigilancia de amplio espectro recuerda a los que pasan por ahí que sí, que estamos vigilados, que el ejército está ahí.


Francisco no entiende por qué nos lo tienen que recordar todo el tiempo. “Y por si quedan dudas, podríamos preguntarle al agente de la patrulla fronteriza qué hacía un rifle M16, de uso exclusivo del ejército, en el asiento delantero de su carro”.
Pueden encontrar los recados anteriores de la Marcha Migrante AQUÍ

lunes, mayo 21, 2007

Recado de la reforma, de los migrantes, de lo que viene…

Bien complicado es el asunto de la reforma migratoria. Por un lado, 12 millones de inmigrantes indocumentados en Estados Unidos, trabajando, haciendo que este país sea una potencia económica, dejando su sudor en los campos, en la industria de construcción y en la de servicios, donde primordialmente se colocan nuestros paisanos. Por el otro, el tema de la legalidad, de la gente que ve en los inmigrantes una amenaza porque están dispuestos a trabajar más ganando menos, porque llegan y se asientan con todo y su cultura y sus costumbres y su idioma y sus tradiciones y su montón de niñitos, porque ¡ah cómo nos gusta reproducirnos!

El jueves pasado senadores de ambos partidos en Estados Unidos llegaron a un acuerdo para llevar a debate una propuesta de ley que permitiría a esos 12 millones de indocumentados salir de las sombras, dejar de vivir en la zozobra, volver a ser alguien.

Apenas llevo tres años viviendo en este país, pero me sorprende mucho darme cuenta cuán insensibles a esta realidad somos los mexicanos cuando vivimos en México. Pensamos en los migrantes como meras cifras, gente que se va de mojada, que cruza el río o el desierto, que llega al gabacho a que lo exploten y manda un montón de dólares. Lo he dicho anteriormente y lo repito ahora: nada más lejos de la realidad.

Nuestros paisanos, nuestra gente, llega, sí, en condiciones que no son las mejores. Pero al poco tiempo salen del hoyo. Llegan a trabajar en el campo y van consiguiendo mejores empleos. Viven varios en una casa para mandar la mayor cantidad de dinero posible a sus hogares, y también para ir ahorrando. No se compran muchas cosas, pero al cabo de algunos años logran traerse a la familia, a la esposa, tal vez a los hijos. Logran juntar un dinerito y entonces hasta ponen un negocio; por ejemplo, muy común es un puesto de comida, porque gracias a algunos de ellos que después de muchos años se han convertido en importadores de productos mexicanos, aquí se encuentran todos los ingredientes para preparar desde las cemitas poblanas, hasta el mejor mole oaxaqueño; las señoras, recordémoslo, traen sus recetas consigo.

Así que la familia entera trabaja en el puesto, y si les va bien se vuelven generadores de empleo, contratan a otros paisanos que no tienen papeles para que salgan del hoyo más rápido que ellos. Algunos van a la escuela en las noches –en California, y no sé si en todo el país, hay clases de inglés por las noches en las escuelas públicas y la cuota es simbólica- y aprenden inglés y a veces alguna otra cosa, como mecánica, y consiguen mejores empleos. Al cabo de una, de dos décadas, aquel migrante mojado se convierte en un empresario que no sólo manda dólares para su familia, sino que se organiza con otros migrantes de su comunidad de origen y juntos hacen arreglos a la infraestructura: tal vez construyen una cancha de futbol en su pueblo, o una iglesia, o ayudan a reparar un puente.

Estos migrantes son tan generosos que a pesar de que su gobierno les dio la espalda y los obligó a dejar su país, saben reconocer que quienes los gobiernan no representan a su gente, así que le dan a los suyos algo de lo mucho que logran.

Una vez dicho lo anterior, regreso al tema de salir de las sombras: nuestros paisanos hacen todo esto, muchas veces sin haber regularizado su situación migratoria. Así que viven temerosos de que todo lo que han logrado se pueda perder. O de que deporten a un miembro de la familia. Y ni qué decir de visitar a la familia en México: muere la madre, el padre, algún hermano, pero para ir habría que arriesgarse a volver a pagar al coyote, a cruzar por el desierto, tal vez a no volver.

La propuesta de reforma migratoria que se debate en el Senado a partir de hoy plantea, entre otras cosas, la posibilidad de que los indocumentados que llegaron a Estados Unidos antes del 1 de enero de 2007 puedan registrarse para un programa de legalización y obtener un permiso de trabajo inmediatamente, para después tener opción a solicitar una Visa Z que les permitiría vivir y trabajar legalmente en EU por ocho años. Al cabo de ese tiempo, las personas podrían solicitar la residencia permanente, para lo cual tendrían que cumplir con ciertos requisitos: aprobar un examen de inglés, demostrar que han pagado impuestos, pagar una multa de cinco mil dólares y no tener un historial delictivo. Cinco años más tarde podrían optar por la ciudadanía.

Aunque a simple vista esto podría parecer muy bueno, las organizaciones de defensa de los derechos de los inmigrantes no están de acuerdo con los términos de la propuesta, entre otras cosas, porque exige que durante la solicitud de residencia el jefe de familia viaje a su país de origen para presentar su solicitud desde ahí, y por que cambia el sistema de inmigración legal a futuro, privilegiando la preparación tecnológica o las habilidades del posible migrante en lugar de sus vínculos familiares. Esto representaría un retroceso en los derechos ganados durante muchos años de lucha de las organizaciones activistas en favor de los inmigrantes.

Las semanas que vienen podrían ser definitivas para el futuro de nuestros migrantes en este país. Con este pretexto, en mis próximos recados retomaré los textos de la Marcha Migrante que quedaron pendientes de publicar. Son textos que en su mayoría ya están escritos, así que los publicaré como están, en tiempo presente y con el día del calendario de la marcha que les corresponde.
Les agradezco su interés a quienes me han preguntado por este material, y pues ahí échenle buenas vibras a los paisanos para que en el Congreso tengamos republicanos sensibles y demócratas que se comporten como tales.

Recado de las pompotas...

…de jabón.
Ok, confieso que este no es el recado que esperaba subir en estos días, pero es que aunque tengo mucho, mucho, mucho que subir a este blog, las muchas, muchas, muchas cosas que tengo que hacer (oh, mi vida tan atareada) no me han permitido postear.
Así que mientras llega el tiempo de que suba un recado sobre la propuesta de reforma migratoria, y sí, los recados que tengo pendientes desde hace tres meses sobre la marcha migrante, les dejo esta hermosa foto que tomó Diego en Santa Mónica.


Ya regreso.

miércoles, mayo 16, 2007

Recado sobre las nubes

Con más frecuencia de la que me gustaría me ha tocado ir tristeando en un avión. Ayer fue una de esas no bonitas ocasiones. Pero como en las anteriores, ayer también empecé a pensar en esto y decidí recadearlo, a ver si logro transmitir la idea que en realidad es muy sencilla: cuando el avión empieza a subir y tienes la fortuna de que no esté lloviendo y esté más o menos clarito y además te toca ventana, empiezas a ver cómo atraviesas las nubes hasta quedar por encima de ellas.

Si viajas más o menos seguido en avión, la imagen puede ya no impresionarte. He visto a gente que desde que se sube al avión cierra la ventanita y nunca, ni una sola vez, se asoma hacia abajo, lo cual es imperdonable sobre todo durante el aterrizaje y el despegue, por aquello de poder decir “mira, por ahí está mi casa”. Pero me estoy desviando.
El caso es que a veces ya no te impresiona, pero yo inevitablemente acabo pensando esto: de los miles de años durante los cuales la humanidad se ha preguntado cosas, y entre ellas segurita estoy de que algunas de las preguntas fueron: “¿Como se verán las nubes de cerquita?”, o “¿Qué habrá arriba de las nubes?”, me tocó vivir en una época en la que puedo ir en un avión viendo las nubes de cerquita, es más, viéndolas abajo de mí.
Lo que más me sorprende es darme cuenta de que la gente no toma un vuelo sólo para ver las nubes. Si hace cien años lo hubieran ofrecido, los ricos privilegiados de las sociedades hubieran pagado fortunas y se hubieran preparado durante meses y se hubieran puesto su atuendo especial, tal vez con sombrero y guantes, para ir a ver las nubes –como ese millonario que hace poco se fue de paseo a una estación espacial-, y hubieran regresado emocionadísimos contándoselo a todo el mundo. Pero no; nosotros hoy vemos las nubes de cerquita sólo por casualidad, porque es necesario pasar por ahí para llegar del punto A al punto B.
Sobra decir que cuando me cae todo este veinte me olvido de dormir y voy como perro, con la nariz pegada a la ventana durante todo el viaje. Y me siento muy afortunada y menos triste, y a veces hasta feliz.

Otra cosa que me pasa en estas ocasiones es que ahí, arriba de las nubes, me parece que entro en comunión con la gente que quiero y que se ha ido. Y eso me da mucha paz.

jueves, mayo 10, 2007

Recado del alcalde de vuelta

A unos días de la madriza policiaca del 1 de mayo en esta ciudad, indignadamente relatada en el recado de aquí abajo, vuelvo a agarrar la pluma en un tiempecito que le estoy robando al sueño, porque podrá imaginar el lector que como soy obrera rasa en un periódico explotador, los últimos días estuvieron moviditos y no había tenido tiempo de nada, ni de lavar ropa pues –favor de no especular al respecto.
Ya muchos de ustedes sabrán que el alcalde Antonio Villaraigosa, después del regaño que le puse en mi recado anterior, decidió interrumpir su gira artística por México y regresar a la ciudad que lo eligió pa’ que no metiera las patas, y pa’ que cuando las meta arregle el batidero lo más rápido posible. No debe haber sido fácil para su ego tomar la decisión de volver. El tipo es carismático, encantador, modelo a seguir, supermediático; cuando ganó la alcaldía, la revista Newsweek sacó en la portada una foto de él con los brazos abiertos y su insoportablemente enorme sonrisa, con el titular “Latino Power”. Famoso pues, encantador.

Me imagino cómo se habrá sentido iniciando su gira por El Salvador y México, con reuniones agendadas con los presidentes de ambos países, aunque uno sea espurio. Se debe haber visto a sí mismo en el nivel presidente, y se habrá sentido bastante cómodo con la imagen.
De pronto, ¡mádroles!, sus policías enloquecen y empiezan a madrear gente. Y el tipo debe sentarse en un banquito de su lujoso hotel en Polanco, y darse cuenta de que:
1) No es un presidente.
2) No es un gobernador.
3) No es mas que un vil alcalde. De la segunda ciudad más importante de Estados Unidos y de la segunda ciudad con más mexicanos en el mundo, pero alcalde al fin y al cabo.
4) Los problemas locales los resuelven los alcaldes. La diplomacia y otros detalles le pueden corresponder a gobernadores y presidentes, pero él está para tener la ciudad en orden.
Así que regresó.

El mismo día que llegó ya estaba dando una conferencia de prensa, y al día siguiente, 5 de mayo, se la pasó recorriendo la ciudad. Cuando era candidato a la alcaldía, hace 2 años, me tocó cubrir una parte de la campaña. Este fin de semana fue como un flashback. Como en sus mejores días, recorrió la ciudad para decirle a la gente que su alcalde sigue estando cerca de ellos a pesar de los agentes de la policía que golpearon, empujaron, patearon y dispararon balas de gomas a una multitud entre la que había niños, mujeres y periodistas. Y la gente lo escuchó.

Yo decía en mi recado anterior que lo responsabilizaba a él porque creo sinceramente que en estos dos años no ha metido las manos por su gente como debería. Pero su gente lo adora. Él destituye a dos tenientes, reubica a 60 agentes, pone un nuevo subjefe de policía que es latino, promete que habrá castigo para los responsables después de reconocer su propia responsabilidad, y la gente no solo le cree: lo tocan, le dicen “Antonio” y le hablan de “tú”; le piden autógrafos, posan con él y le toman fotos con teléfonos celulares.
Entre los que se querían tomar fotos con él, le pregunté a una mujer por qué quería el souvenir. Me dijo: “El hecho de que esté presente con nosotros nos emociona, porque nos demuestra su lealtad ante su gente”. Oiga, dije yo, pero si su policía acaba de darle una paliza a los manifestantes inmigrantes en el parque MacArthur. “Pues sí, pero yo creo que él no es responsable de lo que pasó”, me dijo. “El acto que toma la policía contra la gente es una actitud personal de ellos, no tiene nada que ver con él”.
El fulano cargó niños, besó jovencitas y ancianos, palmeó las espaldas de los hombres, empujó a un chavito en silla de ruedas, le pegó a una piñata y fue a una iglesia a escuchar misa en español. Nadie parece asociar la figura de Villaraigosa con una policía represora. Por el contrario, sus gobernados que por momentos parecen fans, le gritaron desde “Villaraigosa para gobernador”, hasta un simple y llano “te amo”.

Ni hablar, alcalde; traes puñal.

miércoles, mayo 02, 2007

Recado pleno de indignación

Ayer 1 de mayo, mientras yo escribía mi nota sobre la marcha del 1 de mayo celebrada al mediodía, y trabajaba en el recado de aquí abajo, elementos de la Policía de Los Ángeles reprimían a un grupo de personas en el parque MacArthur, en el centro de esta ciudad, una vez que finalizó la segunda marcha, realizada por la tarde.
Tal vez algunos de ustedes habrán visto las imágenes en la televisión: claramente se ve el exceso de fuerza aplicado indiscriminadamente sobre una multitud calmada formada principalmente por familias, como respuesta a una provocación realizada por un grupo que ni siquiera estaba dentro del contingente de la marcha. Mujeres, jóvenes, niños, bebés, todo el mundo tuvo que salir huyendo de las balas de goma y los gases pimienta lanzados por la policía.
Sé que este relato contrasta con el espíritu original del mensaje anterior, pero las fotos que publiqué ayer no me permiten mentir: esos somos nosotros, los que levantan sus manos trabajadoras, aunque algunos nos quieran hacer lucir como un montón de delincuentes.


En las imágenes transmitidas ayer por la noche también aparece un camarógrafo de televisión que es pateado cuando está de espaldas, grabando, y cuya cámara es aventada por un policía. La Sociedad de Periodistas Profesionales en Estados Unidos ya hizo un llamado al alcalde Antonio Villaraigosa y al jefe de la policía, para que investiguen lo ocurrido, castiguen a los responsables, y creen un grupo de trabajo por el cual se otorguen garantías a los periodistas en el ejercicio de su profesión.


Yo desde aquí manifiesto mi indignación ante lo ocurrido, y apunto con el dedo hacia el alcalde Antonio Villaraigosa por su injustificable tibieza en el tema de los derechos de los inmigrantes. Mundialmente conocido por ser el primer alcalde latino en Los Ángeles, la segunda ciudad más importante del imperio, la comunidad migrante volcó sus esperanzas en este hombre; el día de su toma de posesión, cuando atravesó las puertas del Ayuntamiento de la ciudad, la comunidad entera sentía que entraba con él.
Sin embargo dos años después el tipo ha sido incapaz de ser contundente desde su posición política en la defensa de los derechos de los inmigrantes. No los ataca, pero no los reivindica. Ayer, mientras los alcaldes de otras ciudades, como el de Chicago, se paraban al frente de sus comunidades para abiertamente mostrar su apoyo a los inmigrantes, el alcalde volaba estratégicamente hacia El Salvador. La fecha era simbólica; si el alcalde hubiera querido, hubiera estado aquí. No quiso. Y no me gusta jugarle al adivino, pero creo que si el alcalde hubiera estado aquí, el desempeño de la policía hubiera sido otro.


Nuestro alcalde latino está lejos, la policía, como todas las policías del mundo, está ciega, y nuestra gente otra vez acabó corriendo a esconderse en algún lugar.

martes, mayo 01, 2007

Recado que dice: “Miren nuestras manos”

Como todos ustedes saben, este 1 de mayo se celebraron en varias ciudades de Estados Unidos marchas en favor de una reforma migratoria que permita a los 12 millones de inmigrantes indocumentados que viven en este país, la posibilidad de regularizar su situación y vivir una vida digna y sin miedo.

Aunque las movilizaciones no fueron ni lejanamente similares en número a las del año pasado (entre otras cosas porque el año pasado existía la amenaza de la aprobación de la ley Sensenbrenner, que criminalizaba a cualquiera que ofreciera ayuda a un indocumentado), el espíritu fue el mismo y los paisanos volvieron a levantar la voz para decir “aquí estamos” a una sociedad que vive de ellos pero que no quiere verlos ni oírlos.

En Los Ángeles, en donde marcharon más de 30 mil personas, el momento más emotivo lo dio el padre Luis Ángel Nieto, sacerdote de la Iglesia de la Resurrección en el este de la ciudad. En pleno mitin, el padre Nieto pidió a los asistentes bajar sus banderas y carteles y subir las manos. Los paisanos hicieron caso, y de pronto la multitud era una mancha de rostros de trabajadores quemados por el sol y manos de obreros, de campesinos, de gente que en algún momento le ha entrado a la talacha, porque pues para eso vinimos aquí.

“Con estas manos hemos levantado a la nación. Con estas manos hemos enriquecido a las empresas. Con estas manos queremos seguir luchando por nuestros hijos”, dijo Nieto. A la gente se le hizo un nudo en la garganta, y con orgullo se estiraba para que el mundo viera sus manos. El padre se dirigió ahora a esos que ni nos oyen ni nos ven. “Miren nuestras manos, que no se les olviden nuestros rostros, que no se les olvide quiénes somos y lo que hemos hecho por este país”.

No encuentro mejores palabras para describir lo que nuestra gente significa para esta tierra. En las manos de cada trabajador mexicano está el pasado que su país le negó y el futuro que le está ofreciendo a esta su nueva nación. Ambos gobiernos han sido ciegos y soberbios, y no los han querido ver. Pero aquí estamos, dicen todos, y cada día es más difícil ignorarnos.

Vayan pues unas fotitos con imágenes de nuestra gente tomando las calles una vez más.