Desde niña me pasaba: pies fríos, panza apretada, piernas temblorosas y un sudor helado en las manos que me las dejaba siempre mojadísimas. Me pasaba cuando tenía que hablar en público, cuando decía mentiras, cuando me tocaba patear jugando soft-ball, pero muy particularmente cuando tenía que estar en un lugar alto. De todos, este último era mi peor miedo.
Los otros los he ido controlando o eliminando; hablar en público y decir mentiras lo he ido puliendo, uno gracias a mi profesión y otro porque uno se acostumbra, y lo del soft-ball de plano lo borré de mi vida. Pero lo de las alturas, chúchale, es para mí todo un desafío.
También porque decidí entrarle al trotamundaje que es el periodismo, y otras veces nomás por orgullo, he ido tratando de vencer el maldito miedo a las alturas. A pesar de que me sudan las manos y me tiemblan las piernas, camino sobre barditas angostas, subo por escaleras de albañil, brinco de una azotea a otra, escalo sobre rocas no muy estables, he brincado de trampolines y me he subido a montañas rusas, ruedas de la fortuna y teleféricos. Mi máximo orgullo, lo saben los visitantes frecuentes de este recadero, ha sido cuando tuve que subir al Ángel de la Independencia; me sudaban tanto las manos que temía no poder agarrarme de los andamios porque sentía que me resbalaba.Pues ándale que con todo este antecedente, el lector comprenderá lo importante que fue para mí el día de ayer.
Resulta que hay una escuela de aviación en Los Ángeles, llamada Alas de California. Fue fundada por un salvadoreño y desde hace casi 20 años se dedican a entrenar pilotos latinos. La escuela ésta les ayuda a cumplir un sueño que en ocasiones, por falta de recursos, no pueden realizar en su país. De sus 50 alumnos, la mitad cuenta ahora con una licencia para hacer vuelos comerciales; otros simplemente vuelan por diversión.
El caso es que ahí voy, a hacer las respectivas entrevistas, el perfilito de la escuela, la visita al hangar, el paseo alrededor de las avionetitas, y pues era inevitable: “Y por supuesto, su artículo no está completo si no la llevamos a dar una vuelta”.
Resulta que hay una escuela de aviación en Los Ángeles, llamada Alas de California. Fue fundada por un salvadoreño y desde hace casi 20 años se dedican a entrenar pilotos latinos. La escuela ésta les ayuda a cumplir un sueño que en ocasiones, por falta de recursos, no pueden realizar en su país. De sus 50 alumnos, la mitad cuenta ahora con una licencia para hacer vuelos comerciales; otros simplemente vuelan por diversión.
El caso es que ahí voy, a hacer las respectivas entrevistas, el perfilito de la escuela, la visita al hangar, el paseo alrededor de las avionetitas, y pues era inevitable: “Y por supuesto, su artículo no está completo si no la llevamos a dar una vuelta”.
Gulp. Avionetita, frágil, frágil como la vida, cielos. Y el vientazo de septiembre, los vientos de Santa Ana. Gulp y doble gulp.
Claro, a toda acción corresponde una reacción de la misma magnitud pero en sentido opuesto. Y a mi férrea muestra de valor, la recompensa: desde arriba, la hermosa Ciudad de Ángeles.
El puerto de Los Ángeles
La bahía de Long Beach
El freeway 5, el Este de Los Ángeles
El estadio de los Dodgers (dedicatoria especial para Jazmín)
El centro de Los Ángeles
...y por allá atrás, cerquita del letrero de Hollywood, mi casa…
Por supuesto, se aceptan aplausos.