Cinco años de la idiota guerra en Irak. Más de 500 mil millones de dólares gastados a lo pendejo en una guerra que de entrada no debía existir. El número de civiles iraquíes muertos se estima en 600 mil, y el número de soldados estadounidenses muertos está por alcanzar los 4 mil. Desde luego no hay comparación, se podría pensar: 4 mil soldados que son parte del ejército que hizo la ocupación, que llegaron a arrasar con poblados, que están al servicio del imperio. Y 600 mil víctimas, gente que murió por el simple hecho de estar en su país.
Yo también siento ambivalencia con respecto a los soldados que pelean en Irak. De entrada no entiendo cómo alguien se puede enrolar en las fuerzas armadas, y menos cómo es que logran reunir el estómago suficiente para agarrar un fusil y matar. Pero lo cierto es que ellos, los del otro bando, también sufren esta guerra. No son los hijos de los senadores que aprueban el presupuesto anual para continuar en Irak, ni los hijos de los dueños de las grandes trasnacionales, como Halliburton. No son, en su mayoría, familiares de empresarios, de los abogados prominentes del país, ni los hijos de los patriarcas religiosos. Son miembros de las clases trabajadoras, muchos de ellos gente del campo, que se cree de corazón la historia del amor a la patria y la defensa del país, y que lucha por esa razón. También son los que no tienen oportunidad de acceder a una carrera que les permita salir adelante en el futuro, y que ven en las fuerzas armadas una posibilidad de tener una formación, de poder ir a la universidad, de recibir un entrenamiento y una capacitación que en otras circunstancias no recibirían. Y desde luego están nuestros latinos, el 10% del total de quienes han muerto en Irak: jóvenes, a veces demasiado jóvenes, cuyas familias no tienen posibilidades de pagar su educación; jóvenes que están en este país sin documentos, a los cuales el ejército o la marina les ofrece la oportunidad de convertirse en ciudadanos del único país que conocen, por haber sido traídos por sus padres a muy corta edad. Jóvenes que vinieron huyendo de una guerra en Centroamérica, y que de corazón creen que las fuerzas armadas son una forma de agradecer a Estados Unidos la oportunidad que les dio al recibirlos.
Muchos de ellos, al llegar allá se han topado con que aquello en lo que creían no era verdad. De las casi cuatro mil muertes de soldados estadounidenses, 145 han sido suicidios. Otros han vuelto y cuentan su historia; algunos más siguen allá y esperan algún día volver a casa. Aquí, dos de ellos, entrevistados el lunes pasado.
Wendy Barranco, 22 años. Sirvió como especialista médica en Irak durante 9 meses. Hoy pertenece al grupo Military Families Speak Out.
“Yo no tenía ni idea de por qué estábamos ahí pero creía en lo que el gobierno nos estaba diciendo. A veces me preguntaba: si Osama Bin Laden es el culpable del ataque, ¿por qué estamos en Irak? Pero yo había puesto mi fe en el sistema militar. En ese momento es difícil no creer, porque si sabes que vas a poner la vida en riesgo para nada, tu trabajo se vuelve muy difícil. (…)Yo me enrolé después del 9/11; sabía que ir a la guerra era una posibilidad, pero nunca pensé que pudiera ser yo. Cuando llegué al hospital me desperté de ese sueño, cuando me llegó el primer soldado muerto. Tenía un balazo en el cuerpo y hacíamos todo lo posible por revivirlo, el doctor abrió su pecho para darle un masaje al corazón, pero murió. Cuando me hice para atrás y me quité los guantes, vi por primera vez su cara y vi que era un muchacho de 19 años, de mi edad. En cinco minutos yo podría ser ese muchacho, porque son jóvenes los que mueren, no generales de 50 años. Ese fue el inicio del final.
“En el ejército siempre te topas con el acoso sexual y la mayoría son blancos. Tuve una doble desventaja, por ser mujer y por ser mexicana. Trabajé durísimo para romper el estigma de ser mujer y ser la mexicana huevona.
“Cuando regresé empecé a poner las piezas juntas, me di cuenta de que no tenemos nada que hacer ahí. Yo creo que ellos saben exactamente qué botones oprimir en el caso de los latinos. Uno es lo patriótico, agradecer lo que Estados Unidos te dio, y lo económico. Hay más reclutadores en las áreas negras y latinas que en los vecindarios blancos. Lo tercero es la ciudadanía. He escuchado tantas historias de inmigrantes recién llegados, que firman el contrato y de un día para otro los envían a su unidad en Irak. No saben ni inglés, pero violan las reglas para meterlos. Supe de un joven que era de Tijuana y su sueño era estar en el ejército. Vino, lo enviaron a Irak y murió. Su familia no recibió la compensación que dan después de que muere un soldado por que él no era ciudadano. Es ridículo”.
Marco Antonio Salgado, 42 años. Sargento, actualmente en servicio en Irak.
“Yo decidí ingresar al ejército voluntariamente para ayudara mi país. Soy salvadoreño de nacimiento; llegué a Estados Unidos cuando tenía once años, y siento que de no haber sido así probablemente hubiera muerto en la guerra en El Salvador. Yo siento un agradecimiento bastante grande con Estados Unidos, por haberme dado esa oportunidad.
“Desde que llegas a Irak es algo muy duro, cuando aterriza el avión, porque tiene que hacer una seria de maniobras debido a que la insurgencia puede destruir un avión fácilmente. Eso te abre los ojos, sabes que has llegado a una zona de combate, una zona peligrosa; así que lo primero que haces es persignarte, rezar un padrenuestro y esperas regresar con bien. (…) Es muy duro despertar repentinamente por la explosión de los morteros del enemigo al caer a 20 metros de tu tienda de campaña, sintiendo que tiembla la tierra. Salir corriendo en la obscuridad semidesnudo y sordo por la explosión, con tu rifle en mano y buscar el búnker mas cercano. Cada paso se hace eterno y sólo te queda encomendarte al creador y pedirle que el próximo mortero que viene en camino no explote frente a ti.
“Mi idea sigue siendo la misma: desde el principio yo estaba en contra de esta guerra. Te lo digo como un soldado americano, pero comparto el mismo sentimiento con muchos de mis amigos. Irak es un país que no le había hecho nada a Estados Unidos; los guerrilleros del 9/11 eran árabes y afganos. No tendríamos que estar aquí, pero así es Estados Unidos: se siente que son policías del mundo. (…) Una vez que entras en las fuerzas armadas ya no es tu decisión; tienes un contrato con el gobierno y, o lo cumples, o te atienes a las consecuencias. No estamos en posición de cuestionar; recibimos una orden y se debe cumplir.
“Se extraña todo: los frijolitos refritos, las tortillas de maíz, la Navidad. Ese día nosotros nos la pasamos limpiando fusiles. (…) Una noche, estando en una torre de vigilancia en Kuwait, empecé a oír a lo lejos la música de la canción ‘Por mujeres como tú’, de Pepe Aguilar. Me llené de emoción; supe que en alguna otra torre ahí cerca había otro hermano latino; así uno se siente menos solo.
“Cuando muere un amigo es lo más triste que te puede pasar. No sólo te llena de tristeza; a veces de culpa. Quisieras ponerte en el lugar de esa persona. Quisieras dar tu propia vida para salvar a un amigo, pero uno sigue respirando.
“Han pasado cinco años, y las calles siguen oliendo a pólvora, a sangre y a desperdicios humanos. Aunque los caminos han sido lavados por las recientes lluvias, siempre queda estancado en las alcantarillas el olor de la muerte.
“Estamos haciendo lo posible porque esto acabe lo más pronto que se pueda, pero es como una epidemia: liquidamos a dos y nacen diez. Yo no le veo un fin a esta situación y es triste; tenemos que seguir muriendo más soldados hasta que nos saquen de aquí".