Víctor y Ruth son ciudadanos estadounidenses. Durante la Marcha Migrante, ambos viajaban en el mismo carro como parte de la caravana que recorrió toda la frontera entre México y Estados Unidos, desde San Diego hasta Brownsville y pa’trás. Al llegar a un retén de la Patrulla Fronteriza, el agente les preguntó a ambos si eran ciudadanos americanos, y los dos contestaron que sí. A Víctor, quien es de origen mexicano, le pidieron un documento que lo comprobara. Víctor entregó su licencia de manejar; el agente la deslizó por una computadora y le preguntó el apellido de soltera de su mamá, una de las preguntas de confirmación de identidad que se usan en Estados Unidos.
A Ruth, de origen anglosajón, no le pidieron nada.
A Ruth, de origen anglosajón, no le pidieron nada.
“Es tan ofensivo, tan doloroso, tan anticonstitucional”, me dijo Ruth unos días más tarde, mientras estábamos en el hermoso pueblo de Roma, Texas, en la frontera con Nuevo León. “Me dio mucha pena ver el trato que le dieron a Víctor sólo porque ‘parece’ mexicano. Los dos hemos vivido el mismo tiempo en este lugar. Me sentí muy avergonzada de mi país”.
Ruth, Enrique y Paul caminan por las calles de Roma frente a agentes de la Patrulla Fronteriza
Un par de días después de que Ruth me dijo eso, la Marcha Migrante estuvo en una conferencia que dio Randy Hill, director de la Patrulla Fronteriza en el sector Del Río, Texas. Según Hill, los agentes de esta organización no se basan en ningún tipo de perfil para realizar las detenciones y se encuentran entrenados para no violar los derechos de las personas cuando hacen una revisión. “That’s bull shit”, le soltó ese día Ruth a los que estaban en la conferencia. “Están siendo racistas durante las inspecciones, que no deberían de existir en primer lugar. No entiendo por qué tengo que ser constantemente revisada en mi país”.El agente Ramos, integrante del cuerpo de élite Borstar de la Patrulla Fronteriza
Esta mezcla de indignación y sorpresa fue una constante para todos los que íbamos en la caravana desde que salimos de California y entramos a Arizona. Durante los últimos meses se ha hablado mucho de la militarización de la frontera, incluso en México se ha puesto el grito en el cielo, pero no te cae el veinte hasta que lo sientes de primera mano. Eso le pasó a la banda de la caravana.
La noche del jueves 8 de febrero el grupo pasó la noche en el poblado de Mission, un punto a orillas del Río Grande en la frontera entre Texas y Tamaulipas. En un parquecito el grupo durmió al aire libre, en casas de campaña –nosotros no estuvimos ahí porque nos adelantamos al siguiente punto para hacer unas entrevistas con activistas de una organización. El caso es que por la noche varias personas escucharon pasos junto al lugar donde acampaban y con sorpresa descubrieron a agentes de la Patrulla Fronteriza. “De noche, todos vestidos de negro, junto a donde estábamos nosotros, con su uniforme de combate en un parque público”, me dijo Francisco.
La noche del jueves 8 de febrero el grupo pasó la noche en el poblado de Mission, un punto a orillas del Río Grande en la frontera entre Texas y Tamaulipas. En un parquecito el grupo durmió al aire libre, en casas de campaña –nosotros no estuvimos ahí porque nos adelantamos al siguiente punto para hacer unas entrevistas con activistas de una organización. El caso es que por la noche varias personas escucharon pasos junto al lugar donde acampaban y con sorpresa descubrieron a agentes de la Patrulla Fronteriza. “De noche, todos vestidos de negro, junto a donde estábamos nosotros, con su uniforme de combate en un parque público”, me dijo Francisco.
Si algo nos quedó claro durante nuestro paso por Arizona y Texas es que, mientras se debaten cuáles son las medidas que se deben tomar en la frontera, y el Congreso americano define si se asigna presupuesto o no para un muro, y el gobierno de México piensa si debe o no indignarse, la militarización de la frontera es una realidad con la que los que viven ahí tienen que lidiar cada día.
Lo vivimos cada día de los que pasamos por ahí. En Arizona, cuando a medianoche la Patrulla Fronteriza detiene a cada auto en los retenes que hay cada 30 millas para revisar cada parte del carro; a nosotros nos revisaron hasta una hielera, y ojo, no fue cruzando la frontera, fue sólo yendo sobre la carretera. O cuando por la autopista 10, de día y en plena hora pico, nos tocó ver de frente unos tráilers enormes llevando helicópteros militares hacia la frontera. O como en la franja fronteriza entre Columbus, Nuevo México, y Palomas, Chihuahua, donde además de los retenes que ya son habituales, se ven entre las montañas los vehículos verde militar que son parte de los 6 mil elementos de la Guardia Nacional desplegados en la frontera a partir del 2006 (aunque recientemente retiraron a algunos para mandarlos a Irak. No’mbre, si el gringo loco se las gasta…).
O como en plena carretera local en Texas, que a lo lejos se ve un globo enorme, y resulta ser un zeppelin teledirigido con cámaras en su interior. O cada vez que entras a un restaurancito, a una gasolinera, a una tiendita de recuerdos, y te topas con los militares sentados en la mesa junto a ti, en el hotel donde te hospedas, saliendo del baño…
O como en plena carretera local en Texas, que a lo lejos se ve un globo enorme, y resulta ser un zeppelin teledirigido con cámaras en su interior. O cada vez que entras a un restaurancito, a una gasolinera, a una tiendita de recuerdos, y te topas con los militares sentados en la mesa junto a ti, en el hotel donde te hospedas, saliendo del baño…
Si para nosotros, que afortunadamente vivimos en este país con una situación migratoria regular, es intimidante, no me imagino la enorme, enorme presión que esto representa para nuestros paisanos indocumentados viviendo en esa zona del país.
Una de las anécdotas más comentadas en la Marcha Migrante fue la que tuvo lugar en el apacible pueblito de Roma. Al hacer una escala en un mirador desde donde se aprecia la belleza del Río Grande, en medio de calles por donde la gente camina como en cualquier pueblo, la caravana se topó de frente con un grupo de vehículos: los verde con blanco, de la Patrulla Fronteriza; los verde militar, de la Guardia Nacional. Entre estos últimos iba incluido un pequeño camión con una caseta montada en una grúa. Y en la caseta, apuntando hacia la frontera, una cámara de vigilancia de amplio espectro recuerda a los que pasan por ahí que sí, que estamos vigilados, que el ejército está ahí.
Francisco no entiende por qué nos lo tienen que recordar todo el tiempo. “Y por si quedan dudas, podríamos preguntarle al agente de la patrulla fronteriza qué hacía un rifle M16, de uso exclusivo del ejército, en el asiento delantero de su carro”.
Pueden encontrar los recados anteriores de la Marcha Migrante AQUÍ