Estimado año 2008:
No te ofendas si te digo que me da gusto que te vayas. La verdad es que trajiste cosas buenas, pero caray, también te esmeraste en las no muy buenas. Tuviste a bien demostrarnos que la globalización no sirve sólo para que empresas ricas le den empleos miserables a trabajadores pobres, sino también para que dichas empresas dejen de ser ricas y con ello los pobres trabajadores se vuelvan aún más miserables.
Tu álbum fotográfico no es precisamente de lo más lindo. Aunque estéticamente un glaciar derritiéndose puede resultar sublime, tú sabes perfectamente que esa no es la imagen que quisiéramos ver. En la ciudad donde vivo el verano fue un infierno y ahora el invierno está siendo dos. Las montañas se quemaron en pleno otoño y la nieve cayó en Malibu en pleno diciembre. No llueve, y cuando llueve, no para en tres días. Y en mi país la cosa no estuvo mucho mejor.
Mis amigos se están quedando sin empleo. Los de aquí, con los que compartí la mesa y la silla, la comida, la charla y la experiencia durante cuatro años; gente preparadísima que hoy se sienta en su casa con su etiqueta de “sobrecalificado” colgando de un brazo. Y mis amigos de allá, que temen enfrentar la misma suerte: se ven tentados a aceptar un empleo en el que ganarán lo mismo que ganaban hace diez años, porque tal vez sea el único que haya.
Yo tengo suerte: tengo empleo en lo que me gusta, aunque no lo puedo hacer como me gusta porque nadie que escriba porque hay que llenar páginas hoy y punto puede hacer gran cosa a profundidad. Como hace muchos años no lo hacía, cuento la vida por quincenas, sabiendo que si el viernes sale mi cheque y no mi liquidación, es señal de que seguiré teniendo empleo quince días más.
A lo largo de tus meses te encargaste de recordarme que los retiros que tomé por adelantado del banco de mi salud cuando tenía veintitantos, se cobran con intereses a los treintaytantos. Lo entendí a la primera, no tenías que esmerarte tanto. Lo chistoso es que la lección más importante derivada de ello es no tratar de hacer más que lo humanamente posible, pero hoy para sostener un hogar, eso es lo mínimo que uno tiene que hacer.
Por primera vez desde hace mucho tiempo lloré al escuchar una noticia. Nunca me imaginé que un atentado en contra de gente ajena a la perversión de la política pudiera teñir de rojo el suelo de mi país. En otros años nunca hubiera pensado que los ejecutados se contarían por miles, que serían cosa de todos los días, que un hombre sin cabeza se convertiría en algo que se puede encontrar en la casa de al lado.
En el país donde vivo los ataúdes continúan regresando rellenos de cadáveres de 21, 22, 23 años, mientras Osama Bin Laden se muere de la risa al ver cómo el imperio se persigue la cola.
Ya sé, ya sé tu respuesta: también está todo lo bueno. El 1 de enero amanecí viajando; fui al centro, al norte y después al sur; me tocó ver de cerca el fino tejido de un proceso democrático que se convirtió en un parteaguas para la historia de este país, tal vez del mundo. Vi, viví, aprendí, comí, conocí, reí muchísimo; tuve la oportunidad de ver a mis amigos y a mis queridas amigas, las de casa y corazón, y también de sentarme una noche a beber vino y ver actores con mis amigas de mi nuevo hogar. Tuve a mi hijo junto a mí dándome lecciones de lo que es convertirse en hombre, y tuve a mi maravilloso hombre a mi lado, prestándome sus brazos cada mañana para recargar las pilas y salir a enfrentar el día. Tuve a mi madre y a mi hermana cerca; tuve la oportunidad de mudarme a un espacio físico más grande, de expandir mis posibilidades profesionales, de crecer como persona y de ejercitar la humildad.
“Cuánta ingratitud”, estarás diciendo. “Sólo me culpas de lo malo, ¿por qué no empezaste por lo bueno?”, seguro piensas.
Te voy a decir por qué: porque en este momento, a punto de empezar un nuevo año, quiero creer que todo lo bueno seguirá aquí cuando te vayas; que eso no depende de ti, sino de nosotros. Quiero creer que lo malo sólo duró un año, y que ahora que no estés se irán contigo la injusticia y el desempleo; que el verano volverá a ser soleado pero traerá una brisa fresca, y en el invierno nadie morirá por un exceso de viento helado. Que la salud de cada quien dependerá de su estado de ánimo y de la edad de su corazón; que la gente irá a trabajar cada día porque quiere, no porque anhela recibir un cheque con un número en él. Quiero creer que contigo se irán los cadáveres y que nunca un joven en edad de ir a la escuela tendrá que limpiar un fusil.
Me da gusto que te vayas porque sé que si te vas y nosotros seguimos teniendo esperanza, si seguimos riendo, viviendo, aprendiendo, conociendo, el poder de lo bueno está en nuestras manos. Espero con ansias el 2009 como se esperan los cuadernos nuevecitos el primer día de clases; preparo mi pluma de tinta negra, la que escribe bonito, para llenarlas con mi letra más parejita y redonda.
No te ofendas; nomás ya vete. No te quedes más que en nuestra memoria como una lección para no olvidar, como un año que no queremos repetir, como un recordatorio de cuánto tenemos que arreglar. Nosotros aquí, con todo lo bueno, con lo que sí es nuestro, nos encargaremos de que el 2009 sea el mejor año de nuestra vida.