domingo, mayo 30, 2004

Recado de gringos y mexicanos


Seguramente les ha ocurrido: Van caminando, digamos, por Paseo de la Reforma, cuando un gringo(a) con gran aplomo y enorme sonrisa se les acerca y les dice algo así como: "Esquiusmi, ¿¿jaucanaigotudesocalouuuu??". Como en la escuela nos enseñaron a medio masticar el inglés, rápidamente queremos poner en práctica nuestros escuetos conocimientos y de volada nos ponemos a decirle que si "raitoverder" o que si "tublocstudeleft". Pero fíjense qué chistoso: si viajamos a Los Ángeles, por ejemplo, y tenemos que preguntar cómo llegar a los Estudios Universal, de volada nos sentimos en la obligación de, nuevamente, sacar el pequeño Larousse español-inglés para, tímidamente, hacer nuestra preguntita en nuestro mal espanglish. O sea que si venimos acá, tenemos la obligación de saber inglés, y si ellos van allá, tenemos la obligación de saber inglés.

La anterior reflexión siempre me ha rondado por la cabeza y me da como corajito, razón por la cual, cuando me ha tocado el gringo buscador de zócalos, elegantemente respondo en el inglés más perfecto del que soy capaz: "I'm sorry, I don't speak english". "Ton's que estás haciendo", pensarán los gabachos, que de la pura sorpresa ya no pueden hacer nada más que tratar de masticar español, cosa que desde luego no logran pero que al menos deberían haber intentado al abordarme en plena calle y en mi país, porque también hay diccionarios inglés-español. Claro, al César lo que es del César: aquí soy incapaz de dirigirme a un gringo en español, porque si pido respeto, pues tengo que empezar por mi casa.

Todo esto viene al caso (al fin!, dirán) porque ahora que hemos estado trabajando en el guión para el documental sobre los latinos en California, he revisado detenidamente el polémico artículo publicado por Samuel Huntington, profesor de la Universidad de Harvard, llamado "The Hispanic Challenge", así como las múltiples reacciones que provocó. Para quienes no están al tanto, en breves líneas, Huntington afirma que la llegada constante de inmigrantes hispanos, mexicanos sobre todo, amenaza con dividir a Estados Unidos en dos pueblos, dos culturas y dos lenguas, ya que, a diferencia de otros grupos inmigrantes, los mexicanos y otros grupos hispanos, en lugar de integrarse a la cultura estadounidense dominante, han formado sus propios enclaves políticos y lingüísticos que van en contra de los valores que construyeron el American Dream. Los mexicanos, pues, somos una amenaza para el american-way-of-life.

Por supuesto las reacciones han sido abrumadoras y el tipo no se podrá sacudir ya el calificativo de fascista, retrógrado y reaccionario, en el mejor de los casos. Cientos de plumas, tanto en México como en Estados Unidos, han respondido recordándole al tipo lo que la comunidad latina, en su mayoría mexicana, hace por su país en todos los sentidos, pero sobre todo en la cuestión económica. Creo que la idea se resume muy bien en una imagen que evocó Enrique Krauze: si uno va un miércoles por la calle en Los Ángeles, verá orientales, negros, rubios, latinos. Los orientales, negros y rubios, traerán en su mayoría calzado vario: tenis, sandalias, zapatos de vestir; los mexicanos, en su mayoría, traerán botas de trabajo.

Más interesantes sin embargo me parecen las respuestas dadas por algunos otros, como César Zapata (en La Crónica) o Jim Sleeper (en LA Times), en otro sentido: el mexicano no sólo está dispuesto a trabajar por este país más horas de las que marca la ley por menos dinero del que marca la ley, sino que ha estado más que dispuesto a integrarse.

Aunque suene a cliché, ya sabemos cómo somos los mexicanos: desmadrosos, desobedientes, desordenados. Quien ha vivido en el D.F. lo sabe, y quien no ha vivido ahí también, porque toda ciudad mexicana, chiquita o grande, tiene sus propias formas de caos que no se encuentran en otro país. Basta con que pongan un letrero que dice "no estacionarse" para que haya una fila de personas peleándose por ese lugar; mejor aún si el lugar es especial para minusválidos, porque lo interpretaremos como una orden para estacionarnos ahí, y cuando llegue un "cuico" a ponernos una infracción le contaremos la historia de las secuelas de la fractura de tobillo de sufrimos en la secundaria antes de soltarle el billete de cien pesos. Hacemos una fiesta en un parque, y al rato parece el paraíso de los pepenadores; si alguien pinta un mural de Sor Juana, le ponemos bigotes; si no hay mural, hacemos el nuestro y lo fimamos como "puto el que lo lea". Y si hay que pagar impuestos, pues que paguen los otros, que al fin el gobierno es bien rata, y ya ven a López Obrador y sus secuaces, y al Fox que prometió tanto y ni ha hecho nada, mejor vámonos a chupar. Ya sé que algunos de ustedes están diciendo "ay, yo no soy de esos", y sé que en algunos casos es así, pero no lo neguemos: hablando como sociedad, esta generalización, desafortunadamente, aún nos queda como traje a la medida.

Pues esta interesante condición, que parecería inherente a la mexicaneidad, se nos borra nomás llegar acá. En su mayoría, el mexicano que viene, viene sin papeles. Sin hablar inglés. Sin dinero. Muchos, sin contactos. Sin empleo. Pero eso sí, con un enorme costal lleno de mitos y realidades sobre la migra, sobre qué pasa si te agarran, sobre qué pasa si te retachan, sobre que eres la única esperanza de la familia acá en México y nomás que empiecen a llegar los dólares le compramos los zapatos a la niña. Vienen aterrados a un país que, por lo demás, resulta ser ordenadísimo, aún en lugares de natural caos como Los Ángeles. (Diego y yo platicamos mucho sobre esta paradoja, ya que en el país que se ostenta como el de mayor respeto a las libertades, la imposición constante de reglas, que lleva implícita una restricción de las libertades, se convierte en un mecanismo de alienación sutil y suave. Pero la maquinita funciona).
Con tanto orden impuesto, el desorden es más notorio. Bueno, resulta que en los semáforos hay cámaras con un sensor y si te pasas un alto, la cámara automáticamente te toma una foto, y a tu carro, y a las placas; las fotos te llegan por correo con tu multa anexa para que vayas a pagar sin posibilidad alguna de alegar, porque ante tal evidencia ni modo que digas que "es que el carro lo traía mi compadre". Si te falta un foco en las direccionales o los cuartos traseros del auto, te detienen. Si no traes el cinturón de seguridad, te detienen. Si no pagaste la renovación de las placas (es como un equivalente a nuestra tenencia, para que no digan que México es el único país en donde se paga tal impuesto), te detienen. Si tiras basura, te detienen. Si un comerciante se queja de que hiciste un desmán en su tienda, te detienen. Si bebiste y manejas, te detienen (sí, el alcoholímetro tampoco es exclusiva nuestra). Si tus niños no traen un asiento especial en el carro, te detienen. Si grafiteas una pared, te detienen. Le voy a parar a la lista; asumo que ya captaron el mensaje.

Pero el asunto es: si eres indocumentado y te detienen, pues hay una probabilidad de que te deporten. Y entonces la niña se queda sin zapatos. Así que los compatriotas indocumentados, los mismos desmadrosos y desordenados, en general aquí NO se pasan los altos, NO andan sin luces, NO manejan ebrios ni sin cinturón, NO omiten pagos al gobierno, NO tiran basura, NO grafitean, NO hacen desmanes y NO traen a sus niños brincando sobre el volante. Si eso no es asimilación, al menos a las reglas, pues entonces no sé qué es. Forzada, pero ahí está.

Eso por lo que toca al orden. Ahora, César Zapata en su reflexión hace mención de otro asunto interesante. La gran mayoría de las escuelas públicas, no sé si del país, pero al menos sí las de California, cuentan por las tardes con clases de inglés para adultos. Gratis, sólo hay que llegar, pagar seis dólares por materiales, y ya está: tres horas diarias cuatro días a la semana, seas legal o no, mexicano, ruso o taiwanés. Bueno, pues los mexicanos tienen invadidas estas escuelas; las zonas en donde hay altas concentraciones de nuestros migrantes presentan sobrecupo en su turno vespertino, al que llegan estos hombres y mujeres después de trabajar para tomar sus clases y así sentir que empiezan a formar parte. Quieren aprender el idioma, dominarlo y compartirlo con sus familias; quieren entender lo que dicen los hijos, que por ir a una primaria que da clases en inglés ya no saben muy bien en qué idioma pedir ayuda para hacer la tarea. Los mexicanos quieren hablar inglés; si lo vemos en pleno Paseo de la Reforma, en donde sin necesidad ahí andan haciéndole al tourist leader, pues con más razón en este lugar. Desde luego, también quieren conservar su idioma, pero así lo han hecho desde hace décadas los italianos, los coreanos, los chinos, los armenios, los japoneses, los judíos, y a ellos no se les acusa de no integrarse a la sociedad norteamericana. Es más, todos estos grupos están en muchos sentidos mucho más organizados para conservar su identidad cultural, en fondo y forma; ahí andan los árabes con sus mil capas de tela, las mujeres indias (originarias de la India) con sus lunares en la frente, las japonesas con sus kimonos de etiqueta yendo a sus ceremonias y los judíos con sus atuendos negros (con un calor del demonio), de barba y trencitas acudiendo a sus sinagogas. Y estos últimos, además, financiando una guerra contra Palestina. Y ahí van los mexicanos el domingo, paseándose por el mall con sus tenis Nike, su playera de los Lakers y su gorra de los Dodgers, siendo señalados por el viejito neurótico de Harvard que dice que esa subespecie es un peligro porque no se quiere integrar.

Sleeper, por su parte, alude a otra cuestión: tan integrados están los latinos, los mexicanos, que existe en ellos una disposición a servir y morir en las fuerzas armadas estadounidenses, muchos de ellos por las oportunidades educativas y escolares que surgen al ingresar, otros más por un sentimiento de gratitud por las oportunidades recibidas. Hasta mayo de 2004 la cifra era de 130 mil latinos, una representación desproporcionadamente alta; las tasas de muertos entre los latinos en Irak son incluso más desproporcionadas. La fuerza americana en este conflicto ha sido comandada por el General Ricardo Sánchez, quien creció en uno de los condados latinos más pobres de Texas.

No son los mexicanos los que inventaron el Taco Bell, ni los que crearon un menú de "burritous" en McDonald’s. No son los mexicanos los que pusieron operadoras bilingües en las líneas telefónicas para solicitar productos o servicios; cuando vas a contratar cable, teléfono, cuando ordenas una pizza, cuando llamas para comprar el torso-toner o la pulsera iónica milagrosa para adelgazar, tienes la opción de un menú en español. No son los mexicanos los que hacen comerciales de Ford, Honda, Nissan o Toyota en español; son los empresarios gringos, que saben que estos peligrosos mexicanos que vienen a trabajar también vienen a consumir, y con ello, a contribuir doblemente en la activación económica del país. California es la quinta economía del mundo (sí, solita como estado), y Texas, Illinois, Nueva York y Florida tienen, cada uno, un PIB superior a varios países de Europa; todos estos estados tiene altísimos porcentajes de población migrante originaria de América Latina. Y nomás chéquense esto: el propio gobierno ha creado un mecanismo mediante el cual los trabajadores ilegales pueden, a través de una clave, pagar impuestos; y los mexicanos lo hacen, porque el propio gobierno ha dicho que quienes comprueben que han contribuido con el fisco tendrían ventaja en caso de haber una amnistía. ¡¡Pero bueno, ya quisiéramos que todas las amenazas del mundo fueran tan redituables!!

Finalmente, si somos una amenaza para la identidad gringa y somos incompatibles con esta cultura, ¿por qué los gringos se sienten tan cómodos yendo a nuestro país a caminar por Reforma y a hablarnos en inglés?

1 comentario:

Anónimo dijo...

mucha razon lo has dicho ..

saludos

te felicito