Esa cosa de los premios es interesante porque nos persigue desde el fondo de las aberraciones de la infancia. Ya ven que en la primaria típico que tus papás quieren que te ganes el premio por ser el más aseado o el más puntual o el que ganó el concurso de ortografía o algo, y las maestras se la pasan jorobando con premios y premiecitos y estrellitas en la frente y “le subo un punto al que…”.
Luego está la televisión, con eso del Miss Universo y los Oscar y los MTV y los premios TV y Novelas. Así que uno se la pasa secretamente pensando en el día en que ganará un premio, aunque en público diga que no. Pero en privado, ¡cómo no! El que diga que no ha ensayado un discurso de agradecimiento sosteniendo la botella de champú o la salsa catsup, miente.
Yo particularmente he ensayado el mío para un Oscar, o ya de perdis para un Emmy. Por supuesto hay que agradecerle a la gente que hizo posible el premio etcétera, para luego decir una frase linda sobre el futuro y la esperanza y la humildad. Pero en la vida real lo más que me había ganado había sido un premio de fotografía hace como diez años, y no hubo micrófono para que soltara el speech. Aaaahhh, pero a cada capillita le llega su fiestecita, si señor, cómo no, y esta semana que se me junta la chamba, oigan.
Primero, la
Tazy me dio mi Premio Blog Solidario, y pues la neta sí está chido, porque los premios son bonitos cuando te los da alguien inteligente, ¿no?
Gracias Tazy, te quiero, snif.
Y luego, que me toca otro. Resulta que hay una organización en Los Ángeles llamada Coalition For a Safe Environment, que cada año da un reconocimiento llamado Angel Awards a personas que hayan contribuido a mejorar la comunidad, entre ellos a cinco periodistas: dos de TV, uno en inglés y uno en español; dos de periódicos, uno en inglés y uno en español, y uno de radio. Y pues que me toca.
Contrario a lo que me imaginé cuando ensayaba para el Emmy, no está fácil recibir un premio y pasar a dar un speech. Primero, porque si te da pena hablar en público y te empiezan a sudar las manos y todo, te ves menos cool de lo que habías ensayado. Pero además, porque creo que es un poco extraño que te den un premio por hacer tu trabajo. La gente común y corriente hace lo mismo todos los días: sale a trabajar, se parte la madre para sacar a los hijos adelante, en este país lo hacen incluso con el miedo de una deportación y a veces sin dominar el idioma. Luego están los que trabajan por mejorar su comunidad enfrentando al poder y a los grupos con intereses. Y uno recibiendo su premiecito, qué barbaridad.
La cosa es que me dieron el premio tal y yo no tenía ni idea de por qué. Me dijeron que hay un comité de líderes de varias organizaciones; alguien propone a los posibles nominados, los demás evalúan y así se decide. Bueno, pues si ustedes lo dicen. Cuando llegué al lugar no vi a nadie conocido, así que me senté y pues a esperar. En eso se me acerca un tipo a saludarme y a felicitarme; se me hizo conocido y me recordó de dónde: de South Central Farmers, una organización de campesinos que tenía un huerto enorme en el sur de Los Ángeles y que fue desalojada hace un poco más de un año. Cuando estaban en el proceso previo al desalojo me quedé a dormir una noche con ellos e hice una crónica. Este cuate estaba esa vez, y se acordó de mí.
Más tarde me saludó alguien de una organización de defensa de derechos laborales. Resulta que hace casi dos años hice un artículo sobre las trabajadoras domésticas en Los Ángeles, y lo entrevisté para ello. Como la entrevista fue por teléfono, yo ni lo conocía.
Poco a poco me empezó a caer el veinte. Normalmente las historias que recuerdo son aquellas que marcan hitos en la historia de México o de Estados Unidos, o que me marcan particularmente a mí: la elección del 2006, la toma de protesta de Villaraigosa, el artículo aquel del Ángel de la Independencia. Pero hay otras historias, como esas, que a veces ya ni recuerdo. No es extraño que ocurra esto: en una semana normal escribo entre cinco y diez historias, para algunas de las cuales debo hacer dos o más entrevistas.
La gran lección que aprendí ayer que fui a recibir mi Angel Award, es que cada historia cuenta. Que aunque yo no lo recuerde, lo que escribo lo está viendo alguien, todo el tiempo. Que cada historia que cuento habla sobre alguien en particular, una de esas personas que se parten la madre todos los días, uno de esos que enfrenta al poder para hacer mejor el lugar donde vive. Así que puse mi ángel sobre mi escritorio no como premio ni como si fuera el Oscar ni como si fuera el Emmy: nomás como recordatorio, pa’ que no se me olvide cuál es mi obligación.
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Ahora que, para premios, el hermano de Ricky Martin. Mire usted nomás:
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Una vez que he agradecido a Tazy el haberme otorgado el Premio Blog Solidario, cumplo con mi responsabilidad de conferirlo a otros siete blogs. Mis ganadores son:
1.
Tazy, ni modo, ahí te va de regreso; porque su blog tiene la mezcla perfecta entre diversión hilarante y materiales didácticos para chicos y grandes.
2.
La Concharra, porque nadie escribe de cosas tan cercanas para todos con tantas tripas.
3.
Blas, porque habría que estar loco para no reconocerlo como uno de los blogueros más dedicados y solidarios con la banda, con su familia y con los temas que afectan al país.
4.
Enrico, por tener la sensibilidad para traernos un México y un resto del mundo que sólo se pueden ver a través de sus ojos.
5.
Carmen, porque no hay solidaridad más grande que la de quien comprende la relación sagrada entre un mexicano y la buena comida.
6.
La Charra Frijolera, porque cuando escribe así tan neta siempre me ayuda a reforzar la idea de que uno es quien es, “no le aunque” dónde ande.
7.
Sirako, porque a veces llego enfurruñada a su blog, e invariablemente salgo con una sonrisa. Y porque el mes pasado, cuando una bandita se puso a golpetearme a lo güey, fue el único que salió al quite con un argumento inteligente.
¡Aplausos para todos!